lunes, 12 de noviembre de 2018

Tan poquita cosa...

Cada día que pasa me sorprendo de la prisa que lleva la vida por arrancarme de las manos esta hermosa etapa de la niñez de mi hija. Han pasado 10 años desde que su cabecita húmeda y arrugada reposó por primera vez en mis manos temblorosas a causa del miedo y la emoción, y la luz de sus ojos grandes y negros me estalló en la vida como un pequeño big bang que cambió radicalmente mi reducido universo.

Desde entonces mi mundo se ha ido expandiendo y llenándose de vida nueva, y es impresionante cómo algo que llegó siendo "tan poquita cosa", me vuelva loco el corazón, me dé la vida al despertar, me colme cada mañana con una sonrisa y llene "mi vida entera igual que las mariposas llenan las primaveras", como dice la letra de una hermosa canción de Pasión Vega*.

Y esa "poquita cosa" se convirtió en el núcleo de mi planeta, a tal punto que cada vez que una palabra o un acto suyo me muestra de golpe que la luz de la preadolescencia genera poco a poco sombras en su niñez, todas mis estructuras se estremecen y mi corazón naufragua en las turbulencias que provocan los sentimientos encontrados.

La semana  pasada me tocó uno de esos días turbulentos. Sara fue a su primera "tardeada bailable" en el cole de su amiga María José, quien la invitó. Si cuando Yolanda me contó sobre los planes de nuestra hija sentí que los años me cayeron de golpe, cuando me vi a las 7 de la noche recogiéndola después de la fiesta y preguntándole cómo le había ido, me di cuenta que mi reloj no podía continuar detenido en la hora de su niñez. 

Me cuenta su madre que mientras se vestían y se arreglaban para ir a la fiesta, en broma y en serio Sara dijo en voz alta: "Primera pachanga que vamos solas". Aunque me causó gracia su ocurrencia, me di cuenta que encierra una verdad incuestionable: mi beba ya dejó de serlo, mi nena comenzó a despedirse de a poco y aunque yo he tenido el privilegio -por suerte y por opción- de disfrutar a tope cada etapa de estos 10 años de su vida, me pregunto, al igual que Iolany, madre de María José, ¿en qué momento crecieron estas niñas?

Mientras Sara y María José disfrutaban de la tardeada bailable, Iolany y yo chateamos sobre este rápido crecimiento de nuestras hijas, y me compartía su temor y tensión de que ellas crezcan en un país como Honduras donde el acoso y la represión contra las mujeres es brutal. También me decía que ellas forman parte de una generación de mujeres que tendrá que tomar el testigo para seguir con la lucha por la defensa de nuestros territorios y de sus cuerpos. 

Esto me hizo pensar que es enorme el desafío de la generación de Sara y María José, sobre todo porque las mujeres de hoy se han atrevido a cuestionar al patriarcado y este está reaccionando con mayor agresividad y violencia al verse retratado como un sistema cuya fortaleza está en la normalización y aceptación apacible de su opresión y exclusión. 

Por ello y a pesar de nuestras incoherencias, los hombres que hemos decidido dar pequeños pasos hacia relaciones igualitarias y renunciar a nuestros privilegios debemos radicalizar nuestras posturas y aportar cada vez más a este cuestionamiento mediante la erosión permanente de la masculinidad tradicional que tanta violencia produce contra las mujeres y contra nosotros mismos. 

Un paso firme en esa dirección es, como aconseja mi querido amigo Pepe Grijalva, luchar activamente contra la violencia y la discriminación hacia las mujeres, comprometernos contra la homofobia, transfobia y lesbofobia, ser educadores e intolerantes frente al machismo, y asumir de forma igualitaria nuestra responsabilidad en el cuidado de las personas y en las tareas domésticas.

Está claro que Sara está entrando en una nueva etapa de su vida y reconozco que no estoy preparado, y que tengo una mezcla de miedo y emoción quizá por dos razones: En primer lugar, porque sé que es más fácil gestionar la paternidad y construir feminismo con una niña menor de 10 años que con una preadolescente; en segundo lugar, porque me desborda la curiosidad de conocer a la pequeña mujer que está por nacer y ser testigo de la forma en que gestionará su autonomía y su libertad con las herramientas que le hemos facilitado a lo largo de este tiempo.

A pesar de mis sentimientos encontrados comprendo que debo aparcar los temores y aceptar que la luz de la niñez de mi hija está dándome sus últimos destellos. Solo así podré disfrutar al máximo el privilegio de presenciar cómo Sara comienza a agitar sus incipientes alas y, mientras terminan de crecer y extenderse, recoger y guardar en la memoria de mi corazón todos los recuerdos que van quedando tendidos debajo de los restos de su niñez. 

Sé que es normal sentir temor al enfrentar esta nueva etapa de mi hija, sin embargo, también sé que en sus primeros diez años he ejercido mi paternidad de tal forma que ha facilitado que Sara y yo construyamos unos vínculos muy sólidos y profundos que espero nos ayuden en sus años venideros. Ahora, mi gran reto es aprender a acompañarla de cerca y de lejos en esta inédita ruta del camino en donde con toda certeza querrá transitar sola la mayor parte del tiempo.

Esta vez fue su "primera pachanga sola", mañana será una infinidad de experiencias. Por ello, estoy convencido que mi objetivo debe ser hacerle sentir permanentemente la seguridad de que yo siempre voy a estar tras sus pasos para tenderle mi mano, mi brazo, mi cuerpo y mi alma entera cada vez que me necesite. Y mientras tanto, tengo la obligación de continuar deconstruyéndome para poder mirarla a los ojos desde la coherencia y, de alguna manera, ser su primera referencia como hombre en el marco de una masculinidad igualitaria.

* Pasión Vega - Tan poquita cosa.