domingo, 15 de noviembre de 2020

Visibilizando otras paternidades cuidadoras


Los días 10 y 11 de este mes se desarrollaron en Canarias las primeras jornadas de masculinidades igualitarias que constituyó "un espacio de reflexión y diálogo entre personas con sensibilidad igualitaria sobre la implicación masculina a favor de la igualdad y contra los machismos"*. 

Las jornadas estuvieron divididas en dos sesiones**. En la segunda, tuve la oportunidad de escuchar a Joaquim Montaner, quien hace un poco más de 2 años me invitó a formar parte de Papás Blogueros. En su intervención, habló sobre su experiencia en la construcción de esa importante comunidad de hombres que decidimos ejercer nuestra paternidad de una manera presente, cuidadora y amorosa, y contar nuestras experiencias a través de nuestros blogs personales. Fue muy valioso conocer la historia de dicho espacio de padres disidentes a la que me sumé y los esfuerzos realizados para mantenerse a pesar de las dificultades.

Hay dos cosas que Joaquim planteó y que me llamaron mucho la atención: que cuando estaba dando los primeros pasos para crear Papás Blogueros, hizo una búsqueda de blogs sobre crianza escritos en lengua española. Descubrió que había miles de blogs hechos por mujeres, pero solo encontró 16 llevados por hombres. Sin duda, ello refleja una realidad que debemos cuestionar y cambiar: las mujeres siguen siendo quienes tienen más responsabilidades en la crianza de nuestros hijos e hijas.  

Joaquim también nos hizo ver que nuestra comunidad está compuesta aproximadamente por 250 papás que tenemos blogs con un enfoque feminista e igualitario y nos desafió a realizar una búsqueda rápida en la red para descubrir que podemos encontrar muy rápido unos 4000 blogs de padres "cabreados" y quejándose por la imposición de una custodia compartida de sus hijas e hijos. Esto también refleja la otra faceta de la realidad que contrasta con la de las mujeres: los hombres cuidamos menos y estamos más ausentes del ámbito doméstico.

Mientras escuchaba a Joaquim pensé en algunos hombres que yo conozco y que ejercen una paternidad muy presente y llena de cuidados. Algunos, como mi amigo mexicano José Grijalva Eternod (Pepe), lo hacen de manera consciente para dar herramientas a sus hijas con el fin de que sean mujeres libres y autónomas. De hecho, a él le agradezco que me compartiera material y alguna de sus presentaciones sobre nuevas masculinidades que ha utilizado en sus charlas, y que yo he usado en las mías. Además, debo decir que he sido testigo del padre amoroso y proveedor de cuidados que representa Pepe, y la alegría que siempre irradia a su alrededor, pese a las adversidades.

Otros, como mi amigo hondureño Joaquín Javier Meza (Quincho), lo hacen de forma inconsciente. Creo que él hasta hace poco se ha dado cuenta que ha ejercido una paternidad disidente que desmonta el mito de que los hombres, a diferencia de las mujeres, por naturaleza tendemos menos al cuidado de nuestros hijos e hijas, y de la casa.

Varios años atrás no faltaron las burlas de sus amigos, entre los que me incluyo, por no ser como la mayoría de hombres en nuestro entorno, es decir, padres proveedores del dinero y el sostén material del hogar, pero limitados a la hora de proporcionar amor, cuidado y tiempo necesario, suficiente y de calidad. Obviamente, muchas cosas han cambiado y ahora hay más hombres que ejercen una paternidad que se aleja de la tradicionalmente ejercida por nuestros abuelos y padres; no obstante, la realidad indica que la mayoría sigue dejando la principal responsabilidad de las tareas del cuidado a sus parejas y que, en el mejor de los casos, les "ayudan".

Hubo un tiempo en que a Quincho se le dificultó acceder al mercado laboral, pero durante ese período se convirtió en un eficiente "niñero" y amo de casa. Soy testigo de la cantidad y calidad de tiempo que le brindó a sus hijxs cuando estaban pequeñxs; soy testigo de los cuidados que les proveyó, desde tenerles la casa limpia y cuidada, cocinarles, trasladarles y traerles de la escuela y colegio, llevarles el almuerzo y acompañarles a sus otras actividades y compromisos.

Sin duda alguna, este tipo de tareas lo hacen las mujeres a diario, pero cuando lo hacemos los hombres parece algo extraordinario. No obstante, teniendo en cuenta el machismo que nos condiciona, Quincho jamás sintió que estaba haciendo algo improductivo al cuidar a Alessandro y Valeria, a pesar del mote de "mandilón" que injustamente le pusimos sus amigos, y al poco o nulo valor que la sociedad le da a las tareas domésticas y del cuidado. Y tampoco consideró que no era de "hombres" asumir el rol de amo de casa mientras estaba fuera del mercado laboral remunerado. Sé que muchos otros en su lugar se hubieran negado rotundamente a asumir las tareas del hogar como responsabilidad principal más allá del "ayudar en casa".

Soy consciente y él también que hay muchos aspectos de su vida que deben cambiar para minimizar el impacto del machismo en el que ha sido educado como el resto de nosotros en esta sociedad patriarcal. Y estoy convencido que "el Quincho" de hace 10 años es muy diferente al de hoy en términos de tener mayor apertura a darle la importancia debida a la exigencia de mantener la coherencia entre ser padres cuidadores y amorosos, y ser hombres que cuestionemos nuestros privilegios y busquemos formas respetuosas, dignas y no misóginas de hablar con y sobre las mujeres, así como de relacionarnos con ellas y las personas LGTBI+ desde la horizontalidad.

¡Pero ojo!, hay que evitar caer en lo que Tristan Bridges y Cheri Pascoe -citadxs por Lionel S. Delgado- llaman “masculinidades híbridas”, que cuestionan algunos aspectos de la masculinidad dominante, pero refuerzan la jerarquía de dominación de géneros. Todos los hombres que asumimos el compromiso individual de romper con la masculinidad tradicional podemos caer en la trampa de incluir selectivamente elementos que anteriormente pertenecían a las feminidades, como el cuidado de nuestrxs hijos e hijas, y de la casa, pero sin cuestionarnos “el orden último de la jerarquía de género”, y, de esta forma, mantener o ampliar "privilegios de otra clase (ligar más, resultar más atractivos, más aceptación social, etc.)"***.

Por eso espero que él continúe poco a poco cuestionándose y reflexionando seriamente sobre el hombre que ha sido y que es -no solo en el contexto de su paternidad- y pueda dar los pasos necsarios en el largo y complejo camino que implica intentar liberarse de todos los prejuicios y estructuras mentales con las que el patriarcado ha moldeado nuestra masculinidad.

Sara, que es amiga de la hija de Quincho -Valeria-, siempre me hizo comentarios sobre lo "buen padre" que es él y de lo delicioso que le quedan los panqueques que hacía de desayuno cuando ella se quedaba a dormir en su casa. Sin duda, yo quiero que Sara lo siga viendo como el padre amoroso y cuidador que es, pero también como un hombre que en su día a día asume valientemente el desafío de deconstruirse, pese a las consecuencias que trae consigo ser un disidente de la masculinidad hegemónica.

Y para mí también es importante que mi hija se dé cuenta que su padre se relaciona y tiene amigos y compañeros de camino que, en la búsqueda de ser mejores padres, terminan caminando por la senda que les lleve a ser mejores hombres, es decir, antipatriarcales y aliados de las luchas por la igualdad y la diversidad.

** La primer sesión puede verse en https://www.facebook.com/SocialGobCan/videos/1110176872752254 y la segunda en https://www.facebook.com/SocialGobCan/videos/458975751752058

*** A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad”

viernes, 23 de octubre de 2020

Breves reflexiones sobre autonomía y transporte público

Eran las ocho menos cinco cuando salimos de casa. Afuera todavía estaba oscuro, parecía de noche, y el frío nos abrazaba como si pretendiera no incomodarnos. Sara me tomó del brazo y no paró de hablar mientras caminábamos hacia la parada de autobuses. Y yo no paré de pensar en lo injusto que es este mundo porque ella y yo podemos caminar por las calles de Vigo sin ningún temor, mientras en las calles del triángulo norte de Centroamérica hacer lo mismo implica un enorme acto de valentía y de necesidad.

Llegamos y la observé en silencio: con absoluta confianza revisó la información digital que le indicaba en cuántos minutos llegaría su autobús, sacó la tarjeta de pago y me explicó cómo funciona y que siempre hay que tenerla lista para hacer el proceso más rápido. Llegó su autobús, se despidió con un "te quiero, papi" y la vi actuar con total naturalidad, como si llevase toda una vida viajando en el transporte público de Vigo.

Quise quedarme ahí para ver cómo se alejaba y disfrutar sin prisa esa sensación de tranquilidad tan básica que brindan los días en España, pero retomé mi camino de regreso a casa mientras iba experimentando en mi pecho un doble sentimiento: en primer lugar, sentí un inmenso orgullo porque mi hija de 12 años, que ya no es tan niña, está viviendo su transición a la adolescencia en un ambiente de mayor libertad y autonomía, y pese a los miedos y las dudas habituales que traen consigo los cambios en nuestras vidas, no se paraliza y avanza.

De hecho, sus primeros días en el nuevo colegio no fueron fáciles, particularmente porque, entre otras cosas, parte de su formación es el aprendizaje de y en lingua galega (idioma gallego) a la que está familiriazada, pero que no domina, y porque es normal que idealicemos el pasado reciente y comparemos. Sin embargo, a diferencia de los primeros días, ahora se le ve más adaptada y cómoda con el cambio, que no solamente implica pasar de un sistema educativo a otro, sino también de su niñez a la preadolescencia.

Asímismo, es justo destacar que el colegio le hizo las pruebas respectivas para conocer su nivel en diferentes materias y decidir si necesita clases de reforzamiento; no obstante, Paz, su tutora, nos dijo a Yolanda y a mí que hasta el momento no es necesaria ninguna clase de nivelación. Sin duda, esto dice mucho de las capacidades personales de Sara, pero también de la educación primaria que recibió en la Escuela Eternity de El Progreso en Honduras.

En segundo lugar, sentí mucha tristeza porque aunque en España esto puede resultar un aspecto sin importancia de la cotidianidad, en otros países puede implicar un grave riesgo para la vida e integridad de nuestras niñas y niños. Solo es cuestión de echar un vistazo a las estadísticas para comprender el peligro que enfrenta nuestra niñez, incluso en aquellos espacios que deberían ser seguros como el hogar, la iglesia y la escuela.

Al llegar a casa también reflexioné sobre lo injusto que es que el simple hecho de viajar sin miedo en el transporte público en medio de la "mañana-noche", sea un privilegio condicionado por el lugar de nacimiento o de pertenencia que indica un pasaporte, o por nuestro sexo y orientación sexual que determinan el nivel de riesgo que puede sufrir una persona en el espacio público.

En este sentido, reconozco que ser papá de una niña en tiempos siniestros de patriarcado es una empresa mucho más fácil desde esta posición de privilegio, la cual también permite que Sara tenga la opción de vivir en una sociedad menos violenta y machista.

Pero los privilegios pueden convertirse en herramientas útiles si se ponen al servicio de las causas por la igualdad. Mi aspiración como padre disidente de la paternidad patriarcal es ver a Sara convertida en una mujer fuerte, segura, independiente y autónoma que se articula con otras mujeres para aportar en esta lucha por la dignidad de sus pares y de las personas LGTBI.

Y en el contexto del privilegio que me brinda ser un hombre heterosexual, académicamente formado y en espacios laborales flexibles, siento que no puedo obviar mi deber de sumarme a las voces que denuncian las relaciones desiguales de poder y que promueven la construcción de espacios públicos y privados no discriminatrios y libres de las violencias machistas.

De cualquier manera y con independencia del pasaporte que portemos, los hombres tenemos una alta responsabilidad en dos sentidos: primero, avanzar en nuestro papel de hombres cuidadores, presentes y proveedores de amor, cuidado y cariño a nuestras hijas e hijos.

Debemos romper nuestra complicidad con el patriarcado que ha logrado que perdamos "las tardes, las noches, los baños, los juegos, pero también las prisas, las tareas del cole, las discusiones y peleas de las cenas, los 'papi, cinco minutos más'", de los que habla José María Ruíz Garrido.

Segundo, es nuestra obligación poner un alto a la violencia machista, pues como lo plantea Joaquim Montaner, esta "no es un asunto de mujeres. Para nada. Los perpetradores somos los varones, los hombres... y tenemos muchísimo trabajo por hacer".

jueves, 24 de septiembre de 2020

De Caperucitas, Lobos Feroces y Hulk



Estos meses he estado muy activo brindando talleres y charlas sobre masculinidades disidentes. Ello me ha obligado no solamente a leer y estudiar más sobre feminismo y nuevas masculinidades, sino también a reflexionar sobre mi proceso personal en ese intento tan difícil de alejarme de los valores que nos impone la masculinidad hegemónica y que puede resumirse en la imagen de un hombre fuerte, héroe, guerrero, proveedor y jefe del hogar, que tiene nervios de acero y nunca llora, y que es explorador, arriesgado y aventurero.

En carne propia he descubierto lo que afirman quienes investigan estos temas: en primer lugar, que este tipo de masculinidad es frágil o "precaria" - como la llama Octavio Salazar- porque existe una necesidad de ser confirmada de forma constante para demostrarnos a nosotros mismos y a las demás personas que somos "hombres de verdad"; en segundo lugar, que es tóxica porque resulta estresante y hasta enfermizo vivir permanentemente preocupados por demostrar a cada instante que cumplimos fielmente con los valores, conductas y funciones que se suponen esenciales para ser verdaderos hombres, tal y como la sociedad espera de nosotros*.

Sin embargo, esta masculinidad frágil y tóxica es al mismo tiempo poderosa porque el patriarcado ha logrado que la mayoría de hombres nos sometamos a sus designios, y encajemos nuestras conductas a sus parámetros como si fuera algo natural. Para ello tiene, siguiendo a Salazar, una "policía de género" -integrada inconscientemente por otros hombres- "que va marcándonos el camino correcto y las fronteras que no debemos traspasar [...] Así, se vigila cómo hablamos, cómo nos sentamos, cómo movemos las manos, cómo nos comportamos en público, qué tipo de lenguaje usamos, cómo nos vestimos, cómo nos relacionamos con los demás, y muy singularmente con las mujeres".

En este último punto quiero detenerme para reconocer que la masculinidad hegemónica nos enseña a los hombres a conducirnos de acuerdo con las conductas de dos figuras reconocidas de la literatura: por un lado, como "Don Juan Tenorio", el típico caballero español del siglo XVI que se dedica a mentir y engañar para conquistar a cualquier mujer que se le cruce en el camino; y, por otro lado, como "El Lobo Feroz" del cuento de Caperucita Roja, que se muestra educado y respetuoso al principio para luego atacar a las dos mujeres de la historia: Caperucita y su abuela.

En relación con nuestro comportamiento como "Don Juan Tenorio", los hombres hemos aprendido que las mujeres y sus cuerpos son un "trofeo de caza" que debemos conquistar y, por tanto, hacemos lo que sea por conseguirlo, y esto implica mentir, no ser transparentes, engañar. Seguramente muchos de nosotros en algún momento de nuestra vida, frente a la posibilidad de "conseguir" a una mujer le hemos mentido diciendo: "no tengo pareja" -pese a tenerla-; "estoy casado, pero mi matrimonio ya no funciona"; "estoy con mi esposa por mis hijos"; "voy a dejar a mi esposa pronto"; "te amo y quiero una vida a tu lado". 

Del mismo modo, cuando nos involucramos en una relación permanente, en vez de ser transparentes desde el inicio y plantear claramente qué tipo de relación queremos, guardamos silencio y asumimos que es una relación monógama, pero a la primera oportunidad comenzamos a coleccionar infidelidades que en muchas ocasiones se traducen en familias condenadas a la clandestinidad hasta que ya es imposible ocultarlas. Desafortunadamente, como bien me lo dijo mi amiga Yessica Trinidad, este tipo de situaciones es más común de lo que parece.

Y con respecto a nuestro comportamiento como el "Lobo Feroz" del cuento, las estadísticas de violencia sexual, de femicidios y de violencia doméstica son tan contundentes que puedo afirmar que los hombres (lobos) representamos un grave peligro para las mujeres (caperucitas). Ello se debe en gran medida a que, como lo señalan en Little Revolutions, "somos hombres educados como lobos, educados en un entorno machista, donde se normaliza la violencia, la dominación y la cosificación de las mujeres"**.

Y lo peor de todo es que a las mujeres que son víctimas de agresiones, además de sufrir todas sus consecuencias, la sociedad las responsabiliza por las violencias recibidas. Basta leer los comentarios en los diarios digitales cuando abordan una noticia sobre femicidios o violencia sexual para corroborar cómo se culpa a las mujeres por "haberse vestido de forma 'provocativa'" o por "salir a la calle a ciertas horas de la noche", entre otras cosas. También sucede lo mismo cuando una mujer víctima de violencia decide denunciar a su agresor, pero se pone en duda su palabra, se le cuestiona por qué tardó tanto en denunciar o se le acusa de conspiradora, particularmente si el denunciado tiene poder, no solo económico, sino, sobre todo, simbólico.

No cabe duda que el poder simbólico juega un papel fundamental, ya que cuando se trata de hombres vinculados a los sectores reaccionarios del país no dudamos ni un ápice en acompañar a las víctimas y denunciar a los agresores, pero cuando se trata de hombres con una trayectoria pública de defensa de los valores democráticos y los derechos humanos, nos cuesta creer que algo así pueda ser posible, nos asaltan las dudas y tardamos en asumir una postura. También debo reconocer que tienen razón las compañeras feministas cuando dicen que entre los hombres hay un pacto de silencio implícito frente a las denuncias contra hombres que son nuestros amigos y compañeros, y puedo confirmar por mi propia experiencia que quien se atreva a romperlo es señalado como traidor y se levanta una pared de hielo para separarlo del resto.

En ese sentido, debo admitir que en los últimos dos años las denuncias por violencias machistas contra dos compañeros -la primera contra Wilfredo Méndez y la más reciente contra Guillermo López Lone- han representado un desafío que ha desvelado nuestras contradicciones y ha puesto a prueba la coherencia entre nuestro discurso y nuestra práctica. Sobre todo porque tenemos que reconocer que vivimos en un contexto de violencias machistas generadas por un sistema patriarcal en el que los hombres naturalizamos y normalizamos unas conductas que representan un riesgo para la vida e integridad de las mujeres.

En un contexto así, ante la más mínima sospecha o denuncia de algún tipo de violencia contra una mujer por parte de un amigo o compañero, nuestra obligación es tomar muy en serio la palabra de las víctimas, asumir una postura coherente, acompañarlas y exigir una investigación adecuada tanto en el ámbito de nuestras organizaciones y espacios de articulación, como de las correspondientes instituciones de investigación del Estado, velando que se garantice en todo momento el debido proceso para evitar la revictimización y, como lo plantea Rita Segato, el uso de los mismos métodos en el que se utiliza a "una víctima sacrificial como antes [fueron] las mujeres, no son brujas, sino brujos"***.

Sin duda alguna, la valentía de las mujeres que denuncian y de las mujeres y organizaciones que las acompañan representa un aire fresco en un país marcado por un autoritarismo que está asentado cómodamente en el espacio público y privado. Pero también representa un llamado de atención urgente para que los hombres entendamos que no podemos exigir y trabajar por la democratización de la vida pública si en los espacios donde tenemos cuotas de poder, sea en el trabajo, en nuestras organizaciones o en el hogar, nos comportamos como pequeños dictadores amparados en los privilegios que nos brindan las relaciones desiguales de poder, las cuales despojan de sentido y contenido la dignidad de las mujeres con quienes nos relacionamos.

Por eso animo a que los hombres que queremos una sociedad más justa y solidaria revisemos el tipo de masculinidad que vivimos, rompamos con nuestro comportamiento de "Don Juan Tenorio" (héroes románticos) y del "Lobo Feroz" (agresores y depredadores), y asumamos el compromiso de generar un cambio personal profundo del modelo de masculinidad que promueve y legitima la violencia contra las mujeres. Ello implica también romper con el pacto de silencio implícito frente a las violencias de los hombres que son nuestros amigos y compañeros. No podemos ser cómplices de ningún tipo de violencia, sea quien sea el agresor, no podemos llamarnos al silencio, no podemos atacar a quien desde la solidaridad y la sororidad acompaña a las víctimas.

Como hombres debemos abrir nuestros oídos a sus voces de denuncia y renunciar al privilegio de que nuestra voz se imponga en los espacios públicos y privados solo por el hecho de ser hombres. Pero también debemos asumir con responsabilidad política nuestras conductas determinadas por la masculinidad hegemónica, enfrentar las consecuencias, aceptar nuestros errores y nuestras violencias, pedir perdón por ellas, avanzar hacia gestos y conductas que puedan reparar a las víctimas y sanarnos a nosotros mismos, y dar un paso al costado en los espacios de poder para iniciar un verdadero proceso de reflexión sobre el impacto de nuestro comportamiento de "Lobo" en nuestras vidas y en las de las mujeres.

Haciendo uso de la imagen de un cómic, es necesario reconocer que así como al Dr. Banner la explosión de una bomba de rayos gamma provocó que cualquier agitación interna lo convierta en un monstruo verde lleno de rabia llamado Hulk, el patriarcado ha inoculado en nuestro interior a un "Don Juan Tenorio" y a un "Lobo Feroz" que debe ser erradicado. El Dr. Banner aceptó la ayuda de su joven amigo Rick Jones que lo llevó a un lugar seguro para comprender lo que le había ocurrido al convertirse en ese monstruo. Por eso, reconociendo que tengo miedo de mí mismo por el "Lobo" y el "Hulk" que llevo dentro, y que esperan la mínima ocasión para mostrar su cara, creo que como hombres debemos admitir la existencia de un machismo estructural que nos define, dejar las resistencias que nos hacen pensar que somos inmunes a él y aceptar que la "cura" está en el feminismo.

Insisto en algo que planteé el año pasado, este es el momento oportuno para que nuestras organizaciones y "espacios de articulación coloquemos en la agenda colectiva un profundo proceso de reflexión sobre nuestras omisiones frente a las violencias contra las mujeres que ya constituyen violaciones sistemáticas a sus derechos y libertades fundamentales. No podemos continuar tratando estos hechos con indiferencia, la cual, en muchas ocasiones, puede significar la muerte física o moral de más de una mujer****".


* Recomiendo su libro Los hombres que no deberíamos ser. La revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando. Planeta. Barcelona. 2018. https://www.planetadelibros.com/libro-el-hombre-que-no-deberiamos-ser/260351


*** Se puede escuchar la entrevista completa en Radio con vos aquí: Rita Segato visitó a Reynaldo Sietecase


domingo, 6 de septiembre de 2020

12 años de ser abuelo, siendo padre

Sara, de rojo (der.) con sus primas Gaby (cen.) y Marta (izq.)

En su libro El hombre que no deberíamos ser, Octavio Salazar nos recuerda la dimensión de una frase que escuchó en una película japonesa: "este mundo sería mucho mejor si los hombres, antes de ser padres, fuéramos abuelos". Según él, esta expresión nos llama la atención sobre la que es una de las revoluciones pendientes que los hombres debemos protagonizar en pleno siglo XXI, es decir, revisar nuestra manera de hacernos desde ese "modelo hegemónico de sujeto proveedor y detentador del orden y la autoridad familiar".

¡Cuánta verdad hay en esas palabras! Seguramente, muchos hombres de mi generación tendremos muy pocos o nulos recuerdos de nuestros padres siendo cariñosos, diciéndonos te amo, cuidándonos, contándonos un cuento antes de dormir, llevándonos al médico o médica, preparándonos algo de comer, estando atentos a nuestras medicinas o encargándose de los asuntos escolares. Sin embargo, vemos con sorpresa cómo esos mismos hombres hoy se comportan de manera diferente con sus nietos y nietas, mostrando una faceta prácticamente desconocida de emociones, de fragilidad y de una necesidad de recibir y brindar cariño.

Yo me siento privilegiado de poder decir hoy, seis de septiembre, que cumplo doce años de "ser abuelo siendo padre". Doce años desde que mi vida dio un giro de 180 grados. Doce años desde que una cabecita se asomó por el tunel de la vida y reposó en mis manos temblorosas. Doce años desde que los ojos más grandes y brillantes se convirtieron en la luna y el sol de mi universo. Doce años de alegrías, de miedos, de aprendizajes y de experimentar una profunda e incomparable forma de amar. Doce años de feminismo y de consolidación de un modelo disidente de masculinidad gracias a la presencia de una niña que se ha convertido en mi consciencia y en la luz de alerta frente a mis contradicciones e incoherencias como hombre.

Hoy Sara cumple doce años y celebro la vida no solo por su nacimiento, sino también por mi propio nacimiento como un nuevo hombre que afortunadamente no ha tenido que "ser abuelo antes que padre", ya que en este proceso he podido identificar roles y estereotipos patriarcales que provocan situaciones injustas para las mujeres, y renegar del modelo de "macho alfa" que siguieron fielmente mis abuelos y mi padre. Festejo que la existencia de Sara ha significado para mí la mayor y mejor escuela de aprendizaje sobre feminismo, entendido como teoría liberadora de las personas, como ética que critica al poder y como forma de vida que persigue la igualdad. 

Obviamente, no es suficiente ser padre de una niña para dar estos pasos, sin embargo, para mí fue un detonante final que me abrió los ojos frente a las visibles e invisibles relaciones desiguales de poder entre los géneros que nos garantizan a los hombres unos privilegios a costa del bienestar de las mujeres y de las personas feminizadas por el patriarcado. Como lo planteé hace 6 años en la campaña "Hombres contra la violencia machista" de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género*, mi decisión es desmontar y deconstruir mi identidad patriarcal y machista, y construir una nueva identidad de hombre igualitario y aliado feminista que me permita aportar en la transformación de mis relaciones con las mujeres y las personas LGTBI, cuestionar la exclusividad de la cisheteronormatividad y reivindicar mi derecho a vivir mi paternidad sin necesidad de "ser abuelo antes que padre".

Siempre he dicho que creí que el feminismo serviría como una herramienta de emancipación de mi hija como mujer, pero ahora me doy cuenta que también es un instrumento para mi propia liberación como hombre. Por eso tengo tanto que agradecer y celebrar estos 12 años de Sara, y pese a la mezcla de alegría y morriña que siento porque es el primer cumpleaños que nos separa un océano entero, sé que está entrando en la preadolescencia con unas herramientas mínimas que su madre y yo le hemos dado para empoderarla, y para que sea "libre, loca y bruja". Como le escribí hoy en un mensaje por Telegram para que lo leyera al despertar, su madre y yo tenemos mucha fortuna de que sea nuestra hija porque es inteligente, independiente, noble, buena y una payasita que nos hace reír con sus ocurrencias;  y, además de amarla, la admiro.

Hoy permanecí despierto hasta las 3 de la mañana esperando que despertara para llamarla y felicitarla. Cuando su tía Xulia me avisó que ya podía hablar con Sara, me encontré a una casi adolescente con un marcado acento gallego que, en medio de esa distancia natural que la adolescencia comienza a levantar, me regaló la pregunta "¿Cuándo vienes, papá?" y un "Te quiero, papá", que derrumbaron uno a uno los miles de kilómetros que ayer y hoy se depositaron en mi espalda, pintando temporalmente de gris la alegría de estos 12 intensos años que me han cambiado la vida y que me han hecho un ser humano y un hombre un poquito mejor. 






viernes, 31 de julio de 2020

Mi corazón está en Vigo... en Galicia



Hace exactamente 10 años entré al despacho de la Magistrada Juez encargada del Registro Civil de Vigo para prestar mi juramento de obediencia a la Constitución y demás leyes españolas, y me convertí en ciudadano gallego y español. Mis 16 años de vinculación con España y mi primera década de ciudadanía me han demostrado que la Matria, como señala Benedetti en su libro "Vivir adrede", "es como el arroz: germina en todas partes, así sea con océanos de por medio".

Y durante todo este tiempo Galicia y España se me han metido por los poros, me corren en la sangre, se han grabado en la retina de mis veranos, me han permitido ampliar mi círculo familiar y de amistad con personas maravillosas, me han regalado los mejores y más importantes momentos de mi vida adulta y, sobre todo, me han mostrado la seguridad y el futuro cierto de Sara en un mundo tan incierto.

Por eso y muchas otras cosas más, hago mías las palabras de Benedetti en otro de sus poemas, "Esta es mi casa", y me digo a mí mismo que "me gusta repetir, no cabe duda, esta es mi casa"... Galicia, España, también son mi casa y mi Matria. Y hace muy poco, Xulia, hermana de Yolanda, me lo volvió a ratificar cuando me recordó con mucho cariño: "Tú ya sabes que aquí siempre tendrás tu casa y tu familia, que es la de Sara".

Así que tengo muchas razones para decir que mi corazón está en Vigo, en Galicia, no solamente por lo que acabo de expresar, sino también porque es la tierra donde nació Sara un 6 de septiembre de 2006 en el antiguo Hospital Xeral, arropada por la maravillosa ría que la envuelve, y donde ahora ella se encuentra después de haber salido hace más de una semana en un vuelo de repatriación hasta Madrid, a donde su tío Dani y su prima Estela la fueron a buscar para luego hacer el viaje en coche hasta uno de sus lugares favoritos, Panxon, el mismo lugar favorito de su madre desde que era una niña.

Debido a la pandemia pensamos que sería muy difícil ir en verano a España, como todos los años. La agencia nos informó un par de ocasiones que el vuelo que habíamos comprado se había cancelado. Yo solo quería aprovechar el privilegio de poder sacar a Sara de Honduras y enviarla a un lugar más seguro en el contexto de esta crisis, pero las sucesivas cancelaciones del vuelo me ponían muy nervioso y preocupado.

Fueron días de mucha tensión que se incrementaron a medida que pasaba el tiempo. Uno de esos días mi amiga Claudia Sánchez me escribió para pedirme que si viajaba a España, le llevara a su hija Rocío, que también es española. Ante la cancelación de nuestros vuelos, ella consiguió un cupo en un vuelo de repatriación del 17 de julio y me dio el contacto de Diana Elvir (Transmundo), quien inicialmente me dijo que ese vuelo estaba lleno, pero que saldría otro el 22. 

Pregunté entre mis amistades españolas si alguien viajaba en el vuelo del 22 y cuando le consulté a mi querida amiga Maddalen Arrizabalaga, a quien no veía desde hace 5 años, me respondió que ella viajaba en el vuelo del 17. Poco a poco mis esperanzas de que Sara saliera de Honduras se fueron esfumando, pero una noche Diana Elvir me llamó para preguntarme si todavía estaba interesado en un cupo para el vuelo del 17, el cual finalmente me consiguió. 

Diana no se imagina lo agradecido que estoy por ese gesto desinteresado que tuvo conmigo. Inmediatamente hablé con Maddalen para pedirle que llevara a Sara, ya que debido a la naturaleza del vuelo -al ser de repatriación- no podía viajar sola como lo ha hecho siempre desde que tiene 5 años y medio. Sin dudarlo me dijo que lo haría encantada y que, además, se harían compañía con su hija Walkiria, con quien se habían conocido en una ocasión que se encontraron en un vuelo de regreso de España, cuya conexión San Salvador-San Pedro Sula fue cancelada y les obligó a quedarse con sus madres una noche en esa ciudad.

Después de varios sustos de trámites que sufrimos a última hora en el aeropuerto, pero que fueron resueltos por Maddalen con una tenacidad y capacidad impresionante, pudimos ver a Sara cruzar la revisión de pasaportes junto con Maddalen, su hija Walkiria y su esposo Gabriel. Iba feliz, como siempre, pero presintiendo los grandes cambios que esta crisis puede acelerar en su vida y sin imaginar que es posible que pasen varios meses sin vernos, y que no pueda estar con ella en su cumpleaños, algo que no quiere que suceda como me lo dijo una semana antes de su viaje.

Y de este modo, desde el 17 de julio mi corazón está en Vigo, en Galicia. Antes lo estaba, pero parcialmente, ahora lo está completamente. Yo estoy consciente que es un privilegio haber podido sacar a mi hija de Honduras y saberla bajo el cuidado de su familia materna y ahora también de su madre en un lugar más seguro, con uno de los mejores sistemas de salud en el mundo junto con Singapur, Hong Kong y Japón, de acuerdo con el Índice de Competitividad 2019 elaborado por el Foro Económico Mundial, pese a los terribles recortes que ha hecho el Partido Popular cuando ha estado en el gobierno.

Y aunque duele cuando siento que mi corazón está en Vigo, en Galicia, también me hace feliz y me tranquiliza porque sé que Sara está bien, mejor, llevando una vida mucho más normal que aquí, pese a esta crisis sanitaria mundial. Y hoy que me envió un videomensaje por Telegram para mostrarme su nuevo corte de cabello, sentí que mi corazón, tan lejano, también aprovechó para enviarme un latido lleno de nostalgia, de alegría y, sobre todo, de tranquilidad.

Mientras desde la distancia mi corazón observa de reojo mi boleto de avión que quedó abierto para viajar en cualquier momento de este año cuando los kilómetros de ausencia pesen demasiado, yo quiero aprovechar este tiempo para aportar, junto con muchos hombres y mujeres valientes, para que algún día no sea necesario largarse de este país, ni por privilegio ni por falta de opciones.

jueves, 2 de julio de 2020

Amor es amor, mi hija ante la diversidad sexual


El pasado 26 de mayo, Costa Rica se convirtió en el primer país de Centroamérica en legalizar el matrimonio igualitario a través de una sentencia de la Sala Constitucional. Y el 28 de junio, en España celebramos 15 años desde que el Congreso aprobara la reforma del Código Civil que permitió el matrimino entre personas del mismo sexo.

Cuando escuché la noticia de Costa Rica me llené de mucha emoción, no solo porque como hombre heterosexual aporto mi granito de arena en esta lucha de la que soy aliado, sino también porque considero que esa decisión representa un paso de gigante en el respeto de la dignidad humana y la diversidad sexual; además, pensé en mis amistades LGBTTI y el reconocimiento de sus derechos.

Corrí a buscar a Sara para contarle la buena noticia y le dije que había que celebrar. Sin embargo, su reacción fue inesperada y tomó la forma de varias preguntas: "¿Cómo, papá?, ¿acaso las personas del mismo sexo no se podían casar antes en Costa Rica? Yo creí que era lo normal. ¿Pero cómo es posible que hasta ahora puedan casarse?"

Luego me preguntó si en Honduras la ley les permite casarse y le dije que no. Nuevamente su reacción fue de desaprobación y de sorpresa, que resumió en un simple y profundo comentario que me dejó prácticamente sin palabras: "Papá, que no puedan casarse no es normal. Son personas y tienen los mismos derechos". Sus preguntas y comentarios me quitaron la emoción inicial y me hicieron reflexionar sobre dos cosas.

Primero, que en la lógica de mi hija de 11 años es inconcecible que todavía existan países donde las personas no puedan ejercer su derecho a casarse con quien aman solo porque su orientación sexual es diversa y se encuentra en los márgenes impuestos por la heteronormatividad.

Obviamente, me siento orgulloso de que Sara considere anormal está situación porque significa que es una niña que tiene interiorizado el valor de la riqueza que representa la diversidad y no ve diferencias que impliquen discriminación y restricción de derechos por motivos de orientación sexual. Además, como ella misma lo dice, a esta edad cree que es heterosexual, pero ya tendrá tiempo para mirarse al espejo y autoreconocerse. Ella sabe perfectamente que su madre y yo siempre estaremos a su lado de forma incondicional.

Segundo, me sentí avergonzado de saber que en pleno siglo XXI todavía se nieguen derechos tan básicos a las personas únicamente por su orientación sexual y, lo peor de todo, es que existan posiciones que generan discursos de odio que sin duda alguna en muchas ocasiones terminan en muerte y dolor.

De acuerdo con el estudio "El prejuicio no conoce fronteras" de la Red Regional de Información Sobre Violencias LGBTI en América Latina y el Caribe, 1312 personas LGBTTI han sido asesinadas desde el año 2014, la mayoría en México, Colombia y Honduras.

En Honduras, el Observatorio de Muertes Violentas de Personas LGBTTI de la Red Lésbica Cattrachas ha documentado 360 asesinatos desde 2009 hasta la fecha. Y según el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, más del 90% de estos crímenes de odio quedan en la impunidad.

Generalmente, quienes se oponen al reconocimiento de los derechos de las personas LGBTTI argumentan cuestiones culturales o creencias religiosas, lo cual es inaceptable porque como lo señala la Corte Interamericna de Derechos Humanos en su Opinión Consultiva OC-24/17, la orientación sexual constituye un aspecto esencial en la identidad de una persona y “no constituye un criterio racional para la distribución o reparto racional y equitativo de bienes, derechos o cargas sociales”.

Debo insistir que mucho menos se puede apelar a razones religiosas o morales, ya que las mismas pueden ser decisivas e importantes para las personas creyentes, pero no tienen ningún valor en la discusión con quienes no tienen las mismas creencias. Además, cuando un discurso lesiona la dignidad de las personas, al menos no merecen mi respeto y consideración.

A veces me sorprendo a mi mismo cuando a estas alturas todavía hay que intentar explicarle a ciertas personas que en una sociedad que se precie democrática y en un Estado laico no se pueden restringir derechos de un grupo de la población con el argumento de que “es palabra de Dios”, dado que tratar de imponer una concepción religiosa o moral, aunque sea mayoritaria, atenta contra la dignidad humana y los derechos humanos.

¡Qué igualitario y justo sería el mundo si entendiéramos que permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo no quita derechos a nadie, sino que reconoce derechos a quienes se les restringe arbitrariamente, impidiéndoles la protección jurídica y los beneficios sociales que de manera injusta solo disfrutamos las parejas heterosexuales!

Afortunadamente, el matrimonio igualitario es reconocido ya en alrededor de 30 países y me siento orgulloso de que España haya sido pionero en ello, dado que fue la cuarta nación en el mundo tras Holanda, Bélgica y Canadá en reconocer algo tan básico que todos y todas deberíamos entender y aceptar sin resistencias: amor es amor.

Sara lo tiene claro y me lo volvió a ratificar el martes pasado cuando emocionado le dije que en España celebrábamos 15 años de la legalización del matrimonio igualitario. Su reacción de incredulidad fue nuevamente la misma y también se transformó en otras preguntas con aires de retórica: "Papá, ¿apenas hace 15 años se reconoció en España el matrimonio entre personas del mismo sexo?, ¿cómo es posible?".

Espero que en los próximos años recordar y celebrar estos acontecimientos tan importantes para la dignidad humana, ya no le provoquen a mi hija incredulidad y, en cierta medida, decepción. Que ella y su generación puedan ser el motor para lograr de una vez por todas que una "nueva normalidad" sea posible en la que sea cierto y universal el valor del verdadero amor que justifica y debería justificar a quizá todas las religiones y creencias del mundo, y el ideal de la igualdad y no discriminación establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Mientras tanto, yo seguiré acompañando a Sara en este camino en construcción que hace que valore y asuma la diversidad con normalidad, y sienta indignación ante la evidente negación de derechos a las personas LGBTTI; y también continuaré brindando mi modesto aporte a esta justa lucha junto a amistades, compañerxs y organizaciones valientes que, como Cattrachas, me permiten aprender y deconstruirme en este largo proceso de reconocimientos mutuos.

sábado, 23 de mayo de 2020

Ayer me visitó mi hija, la más pequeñita


Mi hija cumplirá 12 años en septiembre y desde hace unos meses su adolescencia ha comenzado a asomarse para mostrarnos sus luces y sus sombras, aunque condicionadas por el contexto de confinamiento derivado de la crisis sanitaria del COVID-19.

Pese a lo complicado que es, Sara ha llevado bastante bien el tiempo en cuarentena y ha aprovechado al máximo la tecnología para continuar en su escuela de forma virtual y en contacto con sus compañeros y compañeras, sus amistades y la familia en España.

También está aprendiendo a leer música con su madre. Y conmigo realiza una rutina de ejercicios día de por medio como parte de su compromiso con Mr. Andino y Mr. Díaz, sus profesores y entrenadores de fútbol, de mantenerse activa y en forma en la medida de lo posible.

Una de los aspectos que el privilegio de poder encerrarse me está mostrando es que mi hija, mi bebita, está creciendo, se está haciendo mayor y sus intereses están cambiando. Parte de ello es que nuestro tiempo como papi e hija se está reduciendo y poco a poco me estoy quedando en los márgenes de muchos de sus espacios de su preadolescencia.

Y como consecuencia, dispongo de más tiempo para mí y mis cosas que no se relacionan con mi faceta de papá. De esta forma, recuperé la pasión por la guitarra después de más de 10 años y retomé el proyecto de mi segunda tesis doctoral gracias al impulso y el apoyo de Javier de Lucas y José Antonio García Sáez, ambos de la Universidad de Valencia.

Pero pese a ello, a veces me sorprendo a mi mismo sin saber qué hacer con el tiempo y el espacio que me deja el tránsito de ejercer la paternidad con una niña pequeña, a la paternidad con una preadolescente. O en ocasiones me descubro queriendo recuperar al menos una pequeña parte del lugar de donde me siento en cierta forma desplazado.

Quizá por eso es que ahora me involucro en más cosas; tal vez por eso me he vuelto más "alcahueto" o más "súper papá" con Sara como me dice Yolanda en tono de chiste y burla. Hoy, en esta etapa, compruebo que queda muy poco de aquel tiempo en el que su "papito" era su mundo. Obviamente, ella y yo seguimos teniendo una relación hermosa y cercana, pero eso no impide que vea con nostalgia cómo su cuerpo y su alma se acercan inevitablemente a un mundo totalmente nuevo.

Sin embargo, hace unas noches mientras estábamos en cama a punto de dormir, comenzamos a conversar sobre el tiempo en que yo la dormía cantándole canciones de Cri-Cri. Nos reímos porque habíamos inventado las "canciones con cosas", que no era más que hacer de forma exagerada lo que dicen las letras de dichas canciones.

Así, por ejemplo, cuando la canción "Los cochinitos" (que yo cambiaba por "Las cochinitas") dice "Las cochinitas ya están en la cama, muchos besitos les dio su papá [..."], en la  parte de "muchos besitos" yo la llenaba de besos por todas partes para hacerle cosquillas con mi incipiente barba. O cuando la canción "El chorrito" dice "[...] hay millones de gotitas convertidas en cristal [...]", en la frase "hay millones de gotitas" yo simulaba que mis dedos eran las gotitas que caían sobre su cuerpo para hacerle cosquillas otra vez.

En medio de la plática le pregunté si quería que la próxima vez le cantara un par de "canciones con cosas" y me dijo que sí. Ese momento llegó dos noches atrás y le canté de esa forma las canciones "Las cochinitas" y "El chorrito", que le sacaron carcajadas que seguramente despertaron al vecindario y la tomé en mis brazos para balancearla por toda la habitación mientras le cantaba "El vals del rey".

Sin duda alguna terminé exahusto, particularmente por esta última canción porque Sara es más alta y más pesada que la media de su edad; apenas cabía en mis brazos y con dificultad podía sostenerla. Pero todo esto también aportó para que nos diviértieramos mucho y nos burláramos de nosotrxs mismxs.

Sobre todo, yo sentí que mi hija, aquella niña pequeñita de ojos grandes y brillantes, y de sonrisa escandalosa, me visitó del pasado para pasar conmigo un breve, pero mágico momento que estoy seguro volverá a repetirse muy pronto.

viernes, 31 de enero de 2020

Estando cerca en la distancia



Sin duda alguna, la tecnología es una herramienta indispensable en estos tiempos y forma parte de nuestro día a día. Las diferentes generaciones tenemos experiencias diversas de nuestro encuentro y contacto con ella, y a partir de ahí hemos construido una percepción y relación determinada con respecto a los avances técnicos.

Por ejemplo, la generación de mi madre y mi padre tuvo que subirse de golpe al tren de la tecnología y aprendió a utilizar al menos los beneficios básicos que esta brinda. Sin embargo, a pesar de su utilidad la idea de que "los tiempos de antes eran mejores" sigue siendo una constante.

Mi generación, en cambio, tuvo un período de transición más o menos adecuado para adaptarnos a ella. Vivimos una infancia disfrutando de la libertad de las calles del barrio y experimentando felizmente el monopolio de los juegos al aire libre, y poco a poco, entre la adolescencia y la adultez, nos fuimos encontrando con las experiencias virtuales que, a través de una pantalla, nos ofrecían Megaman, Street Fighter, Warcraft, Super Mario Bros, entre otros.

Sin embargo, la generación de Sara y las subsiguientes parecen haber nacido con la tecnología bajo el brazo, lo cual representa un desafío importante para quienes somos padres y madres en el sentido de lograr, junto con ellas y ellos, un equilibrio entre todo lo que ofrece el avance tecnológico, el juego al aire libre, la lectura de libros en físico y el relacionamiento humano más allá de las redes sociales.

Sara tiene un acceso bastante importante a las herramientas y dispositivos tecnológicos, no solo porque desde la propia escuela se privilegia su uso en su proceso formativo, sino también porque al ser una niña que pertenece a dos mundos, es esencial que tenga a mano todos los instrumentos que le ofrece la tecnología para mantener viva la llama del vínculo con ellos.

De esta manera, la tecnología la aproxima a Honduras cuando está en España y a España cuando está en Honduras, y le permite estar cerca en la distancia, esté donde esté, alimentando y profundizando sus relaciones familiares y de amistad, y sus lazos culturales y emocionales con ambas tierras, con ambas matrias.

A su vez, tanto ella como su madre y yo, continuamos en el proceso de alcanzar ese equilibrio que planteo, y, entre otras cosas, la lectura de libros sigue siendo un aspecto esencial. Hasta ahora, ha logrado un balance entre la lectura tradicional y el uso de la tecnología. Afortunadamente, Sara es una amante de la lectura desde muy pequeñita, siempre estuvo rodeada de libros y, a sus 11 años, disfruta muchísimo tener en sus manos un nuevo libro.

De hecho, uno de sus lugares favoritos en Vigo es la Casa del Libro, cuya visita se ha convertido ya en una tradición al final de las vacaciones de verano con sus propios rituales: al llegar, subimos al segundo piso, cada quien se dirige a la sección que le interesa, ella se pasea por las estanterías, toma algunos libros, se sienta a leer, escoge los que quiere comprar y, después de un buen tiempo disfrutando individualmente el ambiente del lugar, pagamos y nos vamos.

Por otra parte, una regla muy valiosa que hemos establecido entre ella y yo es mirarnos a los ojos cuando nos hablamos. Es primordial que entendamos que la atención a las personas es más importante que la pantalla de un teléfono y debo confesar que esto lo aprendí de ella, pues en una ocasión mientras me hablaba, yo seguía con mi mirada en el teléfono.

Así que Sara me hizo ver que tenía que prestarle atención, no solo con mis oídos, sino también con mis ojos. Desde entonces hago el intento de apartar el teléfono cuando ella o cualquier otra persona se dirige hacia mí; se trata de una cuestión de respeto, de hacerle sentir a quien me habla que lo que dice es importante y merece toda mi atención.

Finalmente, también hemos aprendido a usar la tecnología para estar juntxs en los hermosos pequeños detalles de nuestra relación padre-hija a pesar de las distancias. Desde bebita acostumbré a dormirla cantándole, con música, conversando o simplemente acompañándola tomando su mano mientras esperamos que llegue el sueño.

En los diferentes momentos en que nos han separado cientos o miles de kilómetros de tierra y mar, como esta noche, agendamos hacer una videollamada a la hora que se va a dormir, colocamos nuestros teléfonos de manera que ella pueda acostarse y verme a su lado, a veces le canto, otras le pongo música y otras platicamos hasta que se duerme. La promesa es no cortar la videollamada hasta asegurarme que ya está dormida.

Obviamente, quisiera estar ahí a su lado, sentirla, abrazarla, decirle personalmente cuánto la amo y lo orgulloso que me siento de ella, pero en medio de la distancia, la tecnología nos acerca, nos hace sentir en unión y, sobre todo, nos regala la magia de estar juntxs más allá de la diferencia horaria y de la longitud de los kilómetros.