En su libro El hombre que no deberíamos ser, Octavio Salazar nos recuerda la dimensión de una frase que escuchó en una película japonesa: "este mundo sería mucho mejor si los hombres, antes de ser padres, fuéramos abuelos". Según él, esta expresión nos llama la atención sobre la que es una de las revoluciones pendientes que los hombres debemos protagonizar en pleno siglo XXI, es decir, revisar nuestra manera de hacernos desde ese "modelo hegemónico de sujeto proveedor y detentador del orden y la autoridad familiar".
¡Cuánta verdad hay en esas palabras! Seguramente, muchos hombres de mi generación tendremos muy pocos o nulos recuerdos de nuestros padres siendo cariñosos, diciéndonos te amo, cuidándonos, contándonos un cuento antes de dormir, llevándonos al médico o médica, preparándonos algo de comer, estando atentos a nuestras medicinas o encargándose de los asuntos escolares. Sin embargo, vemos con sorpresa cómo esos mismos hombres hoy se comportan de manera diferente con sus nietos y nietas, mostrando una faceta prácticamente desconocida de emociones, de fragilidad y de una necesidad de recibir y brindar cariño.
Yo me siento privilegiado de poder decir hoy, seis de septiembre, que cumplo doce años de "ser abuelo siendo padre". Doce años desde que mi vida dio un giro de 180 grados. Doce años desde que una cabecita se asomó por el tunel de la vida y reposó en mis manos temblorosas. Doce años desde que los ojos más grandes y brillantes se convirtieron en la luna y el sol de mi universo. Doce años de alegrías, de miedos, de aprendizajes y de experimentar una profunda e incomparable forma de amar. Doce años de feminismo y de consolidación de un modelo disidente de masculinidad gracias a la presencia de una niña que se ha convertido en mi consciencia y en la luz de alerta frente a mis contradicciones e incoherencias como hombre.
Hoy Sara cumple doce años y celebro la vida no solo por su nacimiento, sino también por mi propio nacimiento como un nuevo hombre que afortunadamente no ha tenido que "ser abuelo antes que padre", ya que en este proceso he podido identificar roles y estereotipos patriarcales que provocan situaciones injustas para las mujeres, y renegar del modelo de "macho alfa" que siguieron fielmente mis abuelos y mi padre. Festejo que la existencia de Sara ha significado para mí la mayor y mejor escuela de aprendizaje sobre feminismo, entendido como teoría liberadora de las personas, como ética que critica al poder y como forma de vida que persigue la igualdad.
Obviamente, no es suficiente ser padre de una niña para dar estos pasos, sin embargo, para mí fue un detonante final que me abrió los ojos frente a las visibles e invisibles relaciones desiguales de poder entre los géneros que nos garantizan a los hombres unos privilegios a costa del bienestar de las mujeres y de las personas feminizadas por el patriarcado. Como lo planteé hace 6 años en la campaña "Hombres contra la violencia machista" de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género*, mi decisión es desmontar y deconstruir mi identidad patriarcal y machista, y construir una nueva identidad de hombre igualitario y aliado feminista que me permita aportar en la transformación de mis relaciones con las mujeres y las personas LGTBI, cuestionar la exclusividad de la cisheteronormatividad y reivindicar mi derecho a vivir mi paternidad sin necesidad de "ser abuelo antes que padre".
Siempre he dicho que creí que el feminismo serviría como una herramienta de emancipación de mi hija como mujer, pero ahora me doy cuenta que también es un instrumento para mi propia liberación como hombre. Por eso tengo tanto que agradecer y celebrar estos 12 años de Sara, y pese a la mezcla de alegría y morriña que siento porque es el primer cumpleaños que nos separa un océano entero, sé que está entrando en la preadolescencia con unas herramientas mínimas que su madre y yo le hemos dado para empoderarla, y para que sea "libre, loca y bruja". Como le escribí hoy en un mensaje por Telegram para que lo leyera al despertar, su madre y yo tenemos mucha fortuna de que sea nuestra hija porque es inteligente, independiente, noble, buena y una payasita que nos hace reír con sus ocurrencias; y, además de amarla, la admiro.
Hoy permanecí despierto hasta las 3 de la mañana esperando que despertara para llamarla y felicitarla. Cuando su tía Xulia me avisó que ya podía hablar con Sara, me encontré a una casi adolescente con un marcado acento gallego que, en medio de esa distancia natural que la adolescencia comienza a levantar, me regaló la pregunta "¿Cuándo vienes, papá?" y un "Te quiero, papá", que derrumbaron uno a uno los miles de kilómetros que ayer y hoy se depositaron en mi espalda, pintando temporalmente de gris la alegría de estos 12 intensos años que me han cambiado la vida y que me han hecho un ser humano y un hombre un poquito mejor.
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