En diciembre de 2011 la Organizacicón de las Naciones Unidas decidió que cada 11 de octubre se conmemore el día internacional de la niña con el fin de promover el reconocimiento de sus derechos y de los obstáculos que las niñas enfrentan en todo el mundo, especialmente en los países menos desarrollados.
Bajo los hashtags #NiñasNoMadres y #NiñasFelices en #Honduras, el Centro de Derechos de Mujeres (CDM) publicó la imagen que acompaña esta entrada, la cual se titula "Empodera a una niña y cambia el mundo". En cuanto la vi, la compartí en mis redes sociales porque en nuestro día a día, Yolanda y yo, como madre y padre intentamos darle herramientas a Sara para que sea una niña independiente, libre, segura, curiosa, capaz y que no se calle ante las injusticias.
Por eso me siento orgulloso cada vez que me cuenta sobre la forma en que ella ve el mundo con el prisma de las "gafas moradas"* que lleva puestas y que le ayudan a cuestionar aquellas situaciones injustas normalizadas en la cultura, en el lenguaje, en las actitudes y en las miradas que colocan a las mujeres en una posición de desigualdad frente a los hombres. Como dicen las compañeras de "Móstoles Feminista": "Los logros en igualdad sirven de poco por sí solos si no van acompañados de un cambio en las mentalidades"**.
Con sus "gafas moradas" Sara está aprendiendo a identificar y poner en discusión cuando una canción, una película o una publicidad tienen un contenido machista; y cuando un gesto, una frase o una actitud de una profesora o profesor, de un compañero o compañera de escuela, o de cualquier persona de su entorno perpetúan unos roles de género basados en la desigualdad.
Una de las tantas situaciones concretas en que Sara nos demostró que lleva puestas las "gafas moradas" sucedió en agosto pasado cuando fuimos a O Grove***, un hermoso
pueblo costero gallego, en donde nos reunimos varios amigos y amigas con
nuestras hijas e hijos para compartir tiempo, actualizaciones, comida y
piscina.
Mientras las personas adultas charlábamos, los niños y niñas jugaban con unos juguetes para lanzar agua, la cual conseguían del baño del restaurante en el que estábamos. Al principio, solo los niñas jugaban con ellos, mientras los niños jugaban a otra cosa. Pero una de las veces en que entraron al baño para cargar los juguetes, uno de los meseros las regañó porque estaban desperdiciando el agua y mojando el suelo. Por ello dejaron de jugar y los niños comenzaron a utilizar dichos juguetes.
De acuerdo con las tres niñas -Claudia (hija de Olga y Marcos), Lucía (hija de Quico y Ana) y Sara-, el mesero fue permisivo con los niños porque a pesar de estar haciendo lo mismo que ellas hicieron, no les decía nada. Fue hasta el final que él los regañó (yo estaba en el baño cuando sucedió) y los niños pararon de jugar.
No obstante, las niñas estaban indignadas porque consideraron que habían recibido un trato desigual por parte del mesero en comparación con los niños. Para Claudia el mesero había cometido una injusticia y para Sara se había comportado como un machista porque a ellas las había regañado con prontitud por ser niñas y con los niños había sido menos estricto.
Así que las tres decidieron ir a hablar con él y le dijeron que había sido injusto y machista. El mesero no supo qué decirles o no quiso explicarles el por qué de su actitud. Sin embargo, él después se acercó a nuestra mesa para explicarnos lo que había pasado y lo que las niñas le habían dicho.
Todos y todas en la mesa nos partimos de risa, y, al mismo tiempo, sentimos mucho orgullo por la actitud de nuestras hijas de no quedarse calladas ante lo que ellas consideraban un acto que lesionaba su derecho a ser tratadas con igualdad y por tener la valentía de enfrentar el problema mediante el diálogo.
Todavía hoy Sara se indigna cuando recuerda ese episodio, así como por el hecho de que el mesero no les explicara a ellas la diferente actitud que él asumió frente a los niños, pero sí nos lo explicara a las personas adultas. Lo que está claro es que Claudia, Sara y Lucía lo pusieron en una posición incómoda al hacerle ver su actitud diferenciada que posiblemente él veía con normalidad patriarcal.
Sin duda alguna, este hecho me confirma que Sara, a sus 11 años, es una niña que día a día se empodera y que su madre y yo debemos continuar acompañándola en este proceso de poner a su disposición todas las herramientas necesarias para que enfrente este mundo desigual con valentía y dignidad. Yo, como padre, como hombre, insisto que el feminismo no solamente la libera a ella, también me libera a mí y me desafía a ser coherente con sus postulados de igualdad y horizontalidad.
No obstante, las niñas estaban indignadas porque consideraron que habían recibido un trato desigual por parte del mesero en comparación con los niños. Para Claudia el mesero había cometido una injusticia y para Sara se había comportado como un machista porque a ellas las había regañado con prontitud por ser niñas y con los niños había sido menos estricto.
Así que las tres decidieron ir a hablar con él y le dijeron que había sido injusto y machista. El mesero no supo qué decirles o no quiso explicarles el por qué de su actitud. Sin embargo, él después se acercó a nuestra mesa para explicarnos lo que había pasado y lo que las niñas le habían dicho.
Todos y todas en la mesa nos partimos de risa, y, al mismo tiempo, sentimos mucho orgullo por la actitud de nuestras hijas de no quedarse calladas ante lo que ellas consideraban un acto que lesionaba su derecho a ser tratadas con igualdad y por tener la valentía de enfrentar el problema mediante el diálogo.
Todavía hoy Sara se indigna cuando recuerda ese episodio, así como por el hecho de que el mesero no les explicara a ellas la diferente actitud que él asumió frente a los niños, pero sí nos lo explicara a las personas adultas. Lo que está claro es que Claudia, Sara y Lucía lo pusieron en una posición incómoda al hacerle ver su actitud diferenciada que posiblemente él veía con normalidad patriarcal.
Sin duda alguna, este hecho me confirma que Sara, a sus 11 años, es una niña que día a día se empodera y que su madre y yo debemos continuar acompañándola en este proceso de poner a su disposición todas las herramientas necesarias para que enfrente este mundo desigual con valentía y dignidad. Yo, como padre, como hombre, insisto que el feminismo no solamente la libera a ella, también me libera a mí y me desafía a ser coherente con sus postulados de igualdad y horizontalidad.
* Ponerse las gafas moradas es una metáfora creada por la escritoria Gema Lienas, que implica ver el mundo desde un enfoque feminista para darse cuenta de las relaciones desiguales de poder que someten a las mujeres.
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