Sin duda alguna, la tecnología es una herramienta indispensable en estos tiempos y forma parte de nuestro día a día. Las diferentes generaciones tenemos experiencias diversas de nuestro encuentro y contacto con ella, y a partir de ahí hemos construido una percepción y relación determinada con respecto a los avances técnicos.
Por ejemplo, la generación de mi madre y mi padre tuvo que subirse de golpe al tren de la tecnología y aprendió a utilizar al menos los beneficios básicos que esta brinda. Sin embargo, a pesar de su utilidad la idea de que "los tiempos de antes eran mejores" sigue siendo una constante.
Mi generación, en cambio, tuvo un período de transición más o menos adecuado para adaptarnos a ella. Vivimos una infancia disfrutando de la libertad de las calles del barrio y experimentando felizmente el monopolio de los juegos al aire libre, y poco a poco, entre la adolescencia y la adultez, nos fuimos encontrando con las experiencias virtuales que, a través de una pantalla, nos ofrecían Megaman, Street Fighter, Warcraft, Super Mario Bros, entre otros.
Sin embargo, la generación de Sara y las subsiguientes parecen haber nacido con la tecnología bajo el brazo, lo cual representa un desafío importante para quienes somos padres y madres en el sentido de lograr, junto con ellas y ellos, un equilibrio entre todo lo que ofrece el avance tecnológico, el juego al aire libre, la lectura de libros en físico y el relacionamiento humano más allá de las redes sociales.
Sara tiene un acceso bastante importante a las herramientas y dispositivos tecnológicos, no solo porque desde la propia escuela se privilegia su uso en su proceso formativo, sino también porque al ser una niña que pertenece a dos mundos, es esencial que tenga a mano todos los instrumentos que le ofrece la tecnología para mantener viva la llama del vínculo con ellos.
De esta manera, la tecnología la aproxima a Honduras cuando está en España y a España cuando está en Honduras, y le permite estar cerca en la distancia, esté donde esté, alimentando y profundizando sus relaciones familiares y de amistad, y sus lazos culturales y emocionales con ambas tierras, con ambas matrias.
A su vez, tanto ella como su madre y yo, continuamos en el proceso de alcanzar ese equilibrio que planteo, y, entre otras cosas, la lectura de libros sigue siendo un aspecto esencial. Hasta ahora, ha logrado un balance entre la lectura tradicional y el uso de la tecnología. Afortunadamente, Sara es una amante de la lectura desde muy pequeñita, siempre estuvo rodeada de libros y, a sus 11 años, disfruta muchísimo tener en sus manos un nuevo libro.
De hecho, uno de sus lugares favoritos en Vigo es la Casa del Libro, cuya visita se ha convertido ya en una tradición al final de las vacaciones de verano con sus propios rituales: al llegar, subimos al segundo piso, cada quien se dirige a la sección que le interesa, ella se pasea por las estanterías, toma algunos libros, se sienta a leer, escoge los que quiere comprar y, después de un buen tiempo disfrutando individualmente el ambiente del lugar, pagamos y nos vamos.
Por otra parte, una regla muy valiosa que hemos establecido entre ella y yo es mirarnos a los ojos cuando nos hablamos. Es primordial que entendamos que la atención a las personas es más importante que la pantalla de un teléfono y debo confesar que esto lo aprendí de ella, pues en una ocasión mientras me hablaba, yo seguía con mi mirada en el teléfono.
Así que Sara me hizo ver que tenía que prestarle atención, no solo con mis oídos, sino también con mis ojos. Desde entonces hago el intento de apartar el teléfono cuando ella o cualquier otra persona se dirige hacia mí; se trata de una cuestión de respeto, de hacerle sentir a quien me habla que lo que dice es importante y merece toda mi atención.
Finalmente, también hemos aprendido a usar la tecnología para estar juntxs en los hermosos pequeños detalles de nuestra relación padre-hija a pesar de las distancias. Desde bebita acostumbré a dormirla cantándole, con música, conversando o simplemente acompañándola tomando su mano mientras esperamos que llegue el sueño.
En los diferentes momentos en que nos han separado cientos o miles de kilómetros de tierra y mar, como esta noche, agendamos hacer una videollamada a la hora que se va a dormir, colocamos nuestros teléfonos de manera que ella pueda acostarse y verme a su lado, a veces le canto, otras le pongo música y otras platicamos hasta que se duerme. La promesa es no cortar la videollamada hasta asegurarme que ya está dormida.
Obviamente, quisiera estar ahí a su lado, sentirla, abrazarla, decirle personalmente cuánto la amo y lo orgulloso que me siento de ella, pero en medio de la distancia, la tecnología nos acerca, nos hace sentir en unión y, sobre todo, nos regala la magia de estar juntxs más allá de la diferencia horaria y de la longitud de los kilómetros.
Por ejemplo, la generación de mi madre y mi padre tuvo que subirse de golpe al tren de la tecnología y aprendió a utilizar al menos los beneficios básicos que esta brinda. Sin embargo, a pesar de su utilidad la idea de que "los tiempos de antes eran mejores" sigue siendo una constante.
Mi generación, en cambio, tuvo un período de transición más o menos adecuado para adaptarnos a ella. Vivimos una infancia disfrutando de la libertad de las calles del barrio y experimentando felizmente el monopolio de los juegos al aire libre, y poco a poco, entre la adolescencia y la adultez, nos fuimos encontrando con las experiencias virtuales que, a través de una pantalla, nos ofrecían Megaman, Street Fighter, Warcraft, Super Mario Bros, entre otros.
Sin embargo, la generación de Sara y las subsiguientes parecen haber nacido con la tecnología bajo el brazo, lo cual representa un desafío importante para quienes somos padres y madres en el sentido de lograr, junto con ellas y ellos, un equilibrio entre todo lo que ofrece el avance tecnológico, el juego al aire libre, la lectura de libros en físico y el relacionamiento humano más allá de las redes sociales.
Sara tiene un acceso bastante importante a las herramientas y dispositivos tecnológicos, no solo porque desde la propia escuela se privilegia su uso en su proceso formativo, sino también porque al ser una niña que pertenece a dos mundos, es esencial que tenga a mano todos los instrumentos que le ofrece la tecnología para mantener viva la llama del vínculo con ellos.
De esta manera, la tecnología la aproxima a Honduras cuando está en España y a España cuando está en Honduras, y le permite estar cerca en la distancia, esté donde esté, alimentando y profundizando sus relaciones familiares y de amistad, y sus lazos culturales y emocionales con ambas tierras, con ambas matrias.
A su vez, tanto ella como su madre y yo, continuamos en el proceso de alcanzar ese equilibrio que planteo, y, entre otras cosas, la lectura de libros sigue siendo un aspecto esencial. Hasta ahora, ha logrado un balance entre la lectura tradicional y el uso de la tecnología. Afortunadamente, Sara es una amante de la lectura desde muy pequeñita, siempre estuvo rodeada de libros y, a sus 11 años, disfruta muchísimo tener en sus manos un nuevo libro.
De hecho, uno de sus lugares favoritos en Vigo es la Casa del Libro, cuya visita se ha convertido ya en una tradición al final de las vacaciones de verano con sus propios rituales: al llegar, subimos al segundo piso, cada quien se dirige a la sección que le interesa, ella se pasea por las estanterías, toma algunos libros, se sienta a leer, escoge los que quiere comprar y, después de un buen tiempo disfrutando individualmente el ambiente del lugar, pagamos y nos vamos.
Por otra parte, una regla muy valiosa que hemos establecido entre ella y yo es mirarnos a los ojos cuando nos hablamos. Es primordial que entendamos que la atención a las personas es más importante que la pantalla de un teléfono y debo confesar que esto lo aprendí de ella, pues en una ocasión mientras me hablaba, yo seguía con mi mirada en el teléfono.
Así que Sara me hizo ver que tenía que prestarle atención, no solo con mis oídos, sino también con mis ojos. Desde entonces hago el intento de apartar el teléfono cuando ella o cualquier otra persona se dirige hacia mí; se trata de una cuestión de respeto, de hacerle sentir a quien me habla que lo que dice es importante y merece toda mi atención.
Finalmente, también hemos aprendido a usar la tecnología para estar juntxs en los hermosos pequeños detalles de nuestra relación padre-hija a pesar de las distancias. Desde bebita acostumbré a dormirla cantándole, con música, conversando o simplemente acompañándola tomando su mano mientras esperamos que llegue el sueño.
En los diferentes momentos en que nos han separado cientos o miles de kilómetros de tierra y mar, como esta noche, agendamos hacer una videollamada a la hora que se va a dormir, colocamos nuestros teléfonos de manera que ella pueda acostarse y verme a su lado, a veces le canto, otras le pongo música y otras platicamos hasta que se duerme. La promesa es no cortar la videollamada hasta asegurarme que ya está dormida.
Obviamente, quisiera estar ahí a su lado, sentirla, abrazarla, decirle personalmente cuánto la amo y lo orgulloso que me siento de ella, pero en medio de la distancia, la tecnología nos acerca, nos hace sentir en unión y, sobre todo, nos regala la magia de estar juntxs más allá de la diferencia horaria y de la longitud de los kilómetros.
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