Mi hija cumplirá 12 años en septiembre y desde hace unos meses su adolescencia ha comenzado a asomarse para mostrarnos sus luces y sus sombras, aunque condicionadas por el contexto de confinamiento derivado de la crisis sanitaria del COVID-19.
Pese a lo complicado que es, Sara ha llevado bastante bien el tiempo en cuarentena y ha aprovechado al máximo la tecnología para continuar en su escuela de forma virtual y en contacto con sus compañeros y compañeras, sus amistades y la familia en España.
También está aprendiendo a leer música con su madre. Y conmigo realiza una rutina de ejercicios día de por medio como parte de su compromiso con Mr. Andino y Mr. Díaz, sus profesores y entrenadores de fútbol, de mantenerse activa y en forma en la medida de lo posible.
Una de los aspectos que el privilegio de poder encerrarse me está mostrando es que mi hija, mi bebita, está creciendo, se está haciendo mayor y sus intereses están cambiando. Parte de ello es que nuestro tiempo como papi e hija se está reduciendo y poco a poco me estoy quedando en los márgenes de muchos de sus espacios de su preadolescencia.
Y como consecuencia, dispongo de más tiempo para mí y mis cosas que no se relacionan con mi faceta de papá. De esta forma, recuperé la pasión por la guitarra después de más de 10 años y retomé el proyecto de mi segunda tesis doctoral gracias al impulso y el apoyo de Javier de Lucas y José Antonio García Sáez, ambos de la Universidad de Valencia.
Pero pese a ello, a veces me sorprendo a mi mismo sin saber qué hacer con el tiempo y el espacio que me deja el tránsito de ejercer la paternidad con una niña pequeña, a la paternidad con una preadolescente. O en ocasiones me descubro queriendo recuperar al menos una pequeña parte del lugar de donde me siento en cierta forma desplazado.
Quizá por eso es que ahora me involucro en más cosas; tal vez por eso me he vuelto más "alcahueto" o más "súper papá" con Sara como me dice Yolanda en tono de chiste y burla. Hoy, en esta etapa, compruebo que queda muy poco de aquel tiempo en el que su "papito" era su mundo. Obviamente, ella y yo seguimos teniendo una relación hermosa y cercana, pero eso no impide que vea con nostalgia cómo su cuerpo y su alma se acercan inevitablemente a un mundo totalmente nuevo.
Sin embargo, hace unas noches mientras estábamos en cama a punto de dormir, comenzamos a conversar sobre el tiempo en que yo la dormía cantándole canciones de Cri-Cri. Nos reímos porque habíamos inventado las "canciones con cosas", que no era más que hacer de forma exagerada lo que dicen las letras de dichas canciones.
Así, por ejemplo, cuando la canción "Los cochinitos" (que yo cambiaba por "Las cochinitas") dice "Las cochinitas ya están en la cama, muchos besitos les dio su papá [..."], en la parte de "muchos besitos" yo la llenaba de besos por todas partes para hacerle cosquillas con mi incipiente barba. O cuando la canción "El chorrito" dice "[...] hay millones de gotitas convertidas en cristal [...]", en la frase "hay millones de gotitas" yo simulaba que mis dedos eran las gotitas que caían sobre su cuerpo para hacerle cosquillas otra vez.
En medio de la plática le pregunté si quería que la próxima vez le cantara un par de "canciones con cosas" y me dijo que sí. Ese momento llegó dos noches atrás y le canté de esa forma las canciones "Las cochinitas" y "El chorrito", que le sacaron carcajadas que seguramente despertaron al vecindario y la tomé en mis brazos para balancearla por toda la habitación mientras le cantaba "El vals del rey".
Sin duda alguna terminé exahusto, particularmente por esta última canción porque Sara es más alta y más pesada que la media de su edad; apenas cabía en mis brazos y con dificultad podía sostenerla. Pero todo esto también aportó para que nos diviértieramos mucho y nos burláramos de nosotrxs mismxs.
Sobre todo, yo sentí que mi hija, aquella niña pequeñita de ojos grandes y brillantes, y de sonrisa escandalosa, me visitó del pasado para pasar conmigo un breve, pero mágico momento que estoy seguro volverá a repetirse muy pronto.
También está aprendiendo a leer música con su madre. Y conmigo realiza una rutina de ejercicios día de por medio como parte de su compromiso con Mr. Andino y Mr. Díaz, sus profesores y entrenadores de fútbol, de mantenerse activa y en forma en la medida de lo posible.
Una de los aspectos que el privilegio de poder encerrarse me está mostrando es que mi hija, mi bebita, está creciendo, se está haciendo mayor y sus intereses están cambiando. Parte de ello es que nuestro tiempo como papi e hija se está reduciendo y poco a poco me estoy quedando en los márgenes de muchos de sus espacios de su preadolescencia.
Y como consecuencia, dispongo de más tiempo para mí y mis cosas que no se relacionan con mi faceta de papá. De esta forma, recuperé la pasión por la guitarra después de más de 10 años y retomé el proyecto de mi segunda tesis doctoral gracias al impulso y el apoyo de Javier de Lucas y José Antonio García Sáez, ambos de la Universidad de Valencia.
Pero pese a ello, a veces me sorprendo a mi mismo sin saber qué hacer con el tiempo y el espacio que me deja el tránsito de ejercer la paternidad con una niña pequeña, a la paternidad con una preadolescente. O en ocasiones me descubro queriendo recuperar al menos una pequeña parte del lugar de donde me siento en cierta forma desplazado.
Quizá por eso es que ahora me involucro en más cosas; tal vez por eso me he vuelto más "alcahueto" o más "súper papá" con Sara como me dice Yolanda en tono de chiste y burla. Hoy, en esta etapa, compruebo que queda muy poco de aquel tiempo en el que su "papito" era su mundo. Obviamente, ella y yo seguimos teniendo una relación hermosa y cercana, pero eso no impide que vea con nostalgia cómo su cuerpo y su alma se acercan inevitablemente a un mundo totalmente nuevo.
Sin embargo, hace unas noches mientras estábamos en cama a punto de dormir, comenzamos a conversar sobre el tiempo en que yo la dormía cantándole canciones de Cri-Cri. Nos reímos porque habíamos inventado las "canciones con cosas", que no era más que hacer de forma exagerada lo que dicen las letras de dichas canciones.
Así, por ejemplo, cuando la canción "Los cochinitos" (que yo cambiaba por "Las cochinitas") dice "Las cochinitas ya están en la cama, muchos besitos les dio su papá [..."], en la parte de "muchos besitos" yo la llenaba de besos por todas partes para hacerle cosquillas con mi incipiente barba. O cuando la canción "El chorrito" dice "[...] hay millones de gotitas convertidas en cristal [...]", en la frase "hay millones de gotitas" yo simulaba que mis dedos eran las gotitas que caían sobre su cuerpo para hacerle cosquillas otra vez.
En medio de la plática le pregunté si quería que la próxima vez le cantara un par de "canciones con cosas" y me dijo que sí. Ese momento llegó dos noches atrás y le canté de esa forma las canciones "Las cochinitas" y "El chorrito", que le sacaron carcajadas que seguramente despertaron al vecindario y la tomé en mis brazos para balancearla por toda la habitación mientras le cantaba "El vals del rey".
Sin duda alguna terminé exahusto, particularmente por esta última canción porque Sara es más alta y más pesada que la media de su edad; apenas cabía en mis brazos y con dificultad podía sostenerla. Pero todo esto también aportó para que nos diviértieramos mucho y nos burláramos de nosotrxs mismxs.
Sobre todo, yo sentí que mi hija, aquella niña pequeñita de ojos grandes y brillantes, y de sonrisa escandalosa, me visitó del pasado para pasar conmigo un breve, pero mágico momento que estoy seguro volverá a repetirse muy pronto.
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