El pasado 26 de mayo, Costa Rica se convirtió en el primer país de Centroamérica en legalizar el matrimonio igualitario a través de una sentencia de la Sala Constitucional. Y el 28 de junio, en España celebramos 15 años desde que el Congreso aprobara la reforma del Código Civil que permitió el matrimino entre personas del mismo sexo.
Cuando escuché la noticia de Costa Rica me llené de mucha emoción, no solo porque como hombre heterosexual aporto mi granito de arena en esta lucha de la que soy aliado, sino también porque considero que esa decisión representa un paso de gigante en el respeto de la dignidad humana y la diversidad sexual; además, pensé en mis amistades LGBTTI y el reconocimiento de sus derechos.
Corrí a buscar a Sara para contarle la buena noticia y le dije que había que celebrar. Sin embargo, su reacción fue inesperada y tomó la forma de varias preguntas: "¿Cómo, papá?, ¿acaso las personas del mismo sexo no se podían casar antes en Costa Rica? Yo creí que era lo normal. ¿Pero cómo es posible que hasta ahora puedan casarse?"
Luego me preguntó si en Honduras la ley les permite casarse y le dije que no. Nuevamente su reacción fue de desaprobación y de sorpresa, que resumió en un simple y profundo comentario que me dejó prácticamente sin palabras: "Papá, que no puedan casarse no es normal. Son personas y tienen los mismos derechos". Sus preguntas y comentarios me quitaron la emoción inicial y me hicieron reflexionar sobre dos cosas.
Primero, que en la lógica de mi hija de 11 años es inconcecible que todavía existan países donde las personas no puedan ejercer su derecho a casarse con quien aman solo porque su orientación sexual es diversa y se encuentra en los márgenes impuestos por la heteronormatividad.
Obviamente, me siento orgulloso de que Sara considere anormal está situación porque significa que es una niña que tiene interiorizado el valor de la riqueza que representa la diversidad y no ve diferencias que impliquen discriminación y restricción de derechos por motivos de orientación sexual. Además, como ella misma lo dice, a esta edad cree que es heterosexual, pero ya tendrá tiempo para mirarse al espejo y autoreconocerse. Ella sabe perfectamente que su madre y yo siempre estaremos a su lado de forma incondicional.
Segundo, me sentí avergonzado de saber que en pleno siglo XXI todavía se nieguen derechos tan básicos a las personas únicamente por su orientación sexual y, lo peor de todo, es que existan posiciones que generan discursos de odio que sin duda alguna en muchas ocasiones terminan en muerte y dolor.
De acuerdo con el estudio "El prejuicio no conoce fronteras" de la Red Regional de Información Sobre Violencias LGBTI en América Latina y el Caribe, 1312 personas LGBTTI han sido asesinadas desde el año 2014, la mayoría en México, Colombia y Honduras.
En Honduras, el Observatorio de Muertes Violentas de Personas LGBTTI de la Red Lésbica Cattrachas ha documentado 360 asesinatos desde 2009 hasta la fecha. Y según el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, más del 90% de estos crímenes de odio quedan en la impunidad.
Generalmente, quienes se oponen al reconocimiento de los derechos de las personas LGBTTI argumentan cuestiones culturales o creencias religiosas, lo cual es inaceptable porque como lo señala la Corte Interamericna de Derechos Humanos en su Opinión Consultiva OC-24/17, la orientación sexual constituye un aspecto esencial en la identidad de una persona y “no constituye un criterio racional para la distribución o reparto racional y equitativo de bienes, derechos o cargas sociales”.
Debo insistir que mucho menos se puede apelar a razones religiosas o morales, ya que las mismas pueden ser decisivas e importantes para las personas creyentes, pero no tienen ningún valor en la discusión con quienes no tienen las mismas creencias. Además, cuando un discurso lesiona la dignidad de las personas, al menos no merecen mi respeto y consideración.
A veces me sorprendo a mi mismo cuando a estas alturas todavía hay que intentar explicarle a ciertas personas que en una sociedad que se precie democrática y en un Estado laico no se pueden restringir derechos de un grupo de la población con el argumento de que “es palabra de Dios”, dado que tratar de imponer una concepción religiosa o moral, aunque sea mayoritaria, atenta contra la dignidad humana y los derechos humanos.
¡Qué igualitario y justo sería el mundo si entendiéramos que permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo no quita derechos a nadie, sino que reconoce derechos a quienes se les restringe arbitrariamente, impidiéndoles la protección jurídica y los beneficios sociales que de manera injusta solo disfrutamos las parejas heterosexuales!
Afortunadamente, el matrimonio igualitario es reconocido ya en alrededor de 30 países y me siento orgulloso de que España haya sido pionero en ello, dado que fue la cuarta nación en el mundo tras Holanda, Bélgica y Canadá en reconocer algo tan básico que todos y todas deberíamos entender y aceptar sin resistencias: amor es amor.
Sara lo tiene claro y me lo volvió a ratificar el martes pasado cuando emocionado le dije que en España celebrábamos 15 años de la legalización del matrimonio igualitario. Su reacción de incredulidad fue nuevamente la misma y también se transformó en otras preguntas con aires de retórica: "Papá, ¿apenas hace 15 años se reconoció en España el matrimonio entre personas del mismo sexo?, ¿cómo es posible?".
Espero que en los próximos años recordar y celebrar estos acontecimientos tan importantes para la dignidad humana, ya no le provoquen a mi hija incredulidad y, en cierta medida, decepción. Que ella y su generación puedan ser el motor para lograr de una vez por todas que una "nueva normalidad" sea posible en la que sea cierto y universal el valor del verdadero amor que justifica y debería justificar a quizá todas las religiones y creencias del mundo, y el ideal de la igualdad y no discriminación establecido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Mientras tanto, yo seguiré acompañando a Sara en este camino en construcción que hace que valore y asuma la diversidad con normalidad, y sienta indignación ante la evidente negación de derechos a las personas LGBTTI; y también continuaré brindando mi modesto aporte a esta justa lucha junto a amistades, compañerxs y organizaciones valientes que, como Cattrachas, me permiten aprender y deconstruirme en este largo proceso de reconocimientos mutuos.
En el mundo se ha impuesto la división desde la palestra de la religión y por encima de los derechos fundamentales de las personas. En lo personal considero que es la que ha contribuido, en gran parte, a pensamientos tan retrógrados que todavía toca luchar contra ellos en pleno siglo XXI. Como un ente de poder dominó el pensamiento del individuo, se impuso por encima especialmente del conocimiento, la razón y la historia llevando a la manipulación y decidió sobre lo que debe y no deben hacer y pensar sus seguidores para luego imponer sus creencias al resto, y el peligro es que bajo este poder se han decidido y evitado leyes a través de la historia. Todo esto bajo la mirada de su Dios e ideas como el paraíso, el infierno y el pecado. Olvidando derechos tan fundamentales como el respeto, la individualidad y sobre todo el derecho a pensar y ser. Se ha impuesto la fe sobre los derechos humanos y el respeto de cada persona,(en el caso de la fe creo que es un constructo individual e independiente manipulado por el sistema).
ResponderEliminarSaludos y que esté bien.
Hola, Ingrid, muchas gracias por tu reflexión al respecto. Estoy muy de acuerdo con lo que planteás. Espero que poco a poco podamos avanzar como sociedad en cuanto a actuar a la altura del siglo en el que vivimos. Un abrazo.
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