lunes, 15 de abril de 2024

Las bases académicas que la Eternity Christian School and Institute le dio a Sara



Ha pasado más de un año desde la última entrada que publiqué en este blog. Una de las razones tiene que ver con lo que me dijo uno de mis colegas de Papás Blogueros: a medida que nuestras hijas e hijos vayan creciendo, tendremos menos historias y experiencias que contar porque debemos respetar cada vez más su privacidad derivada de su creciente autonomía personal. Ha pasado exactamente eso, pues Sara es una adolescente que poco a poco está construyendo su propia vida en la que yo solo soy una parte.

Además, durante este tiempo han pasado muchas cosas de las que solo he sido testigo remotamente, ya que Sara decidió que quería tener la experiencia de estudiar en Estados Unidos el décimo grado (cuarto de la ESO en España) antes de entrar a bachillerato. Afortunadamente, Yolanda y yo tuvimos la posibilidad de hacer el esfuerzo para que pudiera vivirla y en este momento Sara está a punto de terminar su año escolar y regresar a España.

Sin duda alguna, conocer la experiencia de su prima Marta, que también hizo un intercambio en Canadá, animó a Sara para hacer su intercambio en Estados Unidos. Algo que me gustó fue su iniciativa y valentía para hacerlo, pues a sus 14 años no vaciló ante la posibilidad de vivir en otro país durante un año escolar, con una familia que no conocía, en una sociedad diferente, en un colegio nuevo y lejos de la seguridad y comodidad que brinda estar cerca de su familia, de sus amistades y de su ambiente natural.

Recuerdo que la primera vez que yo salí solo a vivir fuera del país por un año fue cuando tenía 20 y reconozco que al principio no fue fácil, y a pesar de que lo hice tuve una mezcla de sentimientos que iban desde el miedo y mucha incertidumbre, hasta la emoción y las ganas de regresar a Honduras. Además, sentí que mi adaptación fue bastante difícil. A diferencia mía, Sara se adaptó fácilmente, se involucró en varios deportes como Voleibol, Cheerleading y fútbol, y continúo teniendo calificaciones sobresalientes, además de perfeccionar su inglés y profundizar su pasión por la lectura en ambos idiomas.

Quizá en una próxima entrada comparta algunas experiencias alrededor de este año de intercambio desde mi perspectiva como papá, pero hoy quiero resaltar que el éxito que Sara ha logrado hasta ahora en términos académicos en gran medida tiene su origen en la buena base que recibió en Honduras, concretamente en El Progreso. Primero, su tía Dania, profesora en el kínder de la Escuela Pública San José, la llevaba a sus clases desde pequeña, lo que ayudó a estimularla desde muy temprano. Luego tuvo un breve paso por el kínder de la Escuela Santa Elizabeth.

Finalmente, realizó preescolar y primaria en la Eternity Christian School and Institute, en donde recibió una formación de mucha calidad que le permitió dos cosas: primero, cuando se fue a España a cursar secundaria pensamos que necesitaría clases de refuerzo para ponerse al mismo nivel educativo del colegio en Vigo en el que la habíamos matriculado. Sin embargo, el propio colegio nos informó que Sara no necesitaba ninguna nivelación porque tenía una muy buena base académica, lo cual evidencia que la Eternity, sin duda alguna, ofrece una educación de calidad y a la altura de otras instituciones educativas en países desarrollados.

Segundo, cuando realizó un examen académico en inglés para estudiantes de secundaria conocido como English Language Test for International Students (ELTiS) para conocer su nivel de comprensión auditiva y su capacidad de comprensión escrita, Sara logró un resultado excelente, lo cual ratifica que el inglés que aprendió en la Eternity la preparó lo suficiente para poder estudiar secundaria en un país de habla inglesa. Ahora, con su experiencia de intercambio viviendo una inmersión absoluta en Estados Unidos, ha perfeccionado su inglés y tiene una gran herramienta -ser bilingüe- para poder desenvolverse mejor en un mundo cada vez más conectado y globalizado.

Por todo ello, esta entrada, más que contar una experiencia concreta sobre mi paternidad o una anécdota acerca de mi hija, es un reconocimiento a la escuela Eternity y a sus maestras y maestros por haber sido una base fundamental en la formación académica de Sara que, sin duda, fue de calidad. Hoy, mis sobrinas y mi sobrino también están estudiando allí, y por lo que sé, la Eternity sigue manteniendo un alto estándar académico. No me extraña que sientan orgullo por su "espíritu internacional y multicultural" y, viendo a Sara, puedo ratificar que tiene el perfil de la estudiante de esta escuela, es decir, con "una alta autoestima basada en el conocimiento y aceptación de las fortalezas y debilidades, un pensamiento reflexivo, analítico y critico en la toma de decisiones, una pasión por el conocimiento y la lectura que l[a] llevará a tener un aprendizaje permanente".

Gracias Lucía Pires y Gustavo Flores por construir, junto con el personal docente y administrativo de la Eternity, un proyecto educativo tan valioso.

sábado, 27 de agosto de 2022

La importancia de decir "te quiero"

Museo de las Iusiones de Madrid
Museo de las Iusiones de Madrid


Parafraseando a Castor Bartolomé Ruíz, las palabras tienen efectos de poder, es decir, generan prácticas, inducen comportamientos, provocan acciones y legitiman actitudes. En este sentido, las palabras son y dan vida, le dan cuerpo y fuerza a las cosas inertes, y tienen el poder de provocar en nuestras vidas una diversidad de emociones que pueden afectarnos para bien o para mal.

Las palabras también tienen la capacidad de visibilizar o invisibilizar personas, situaciones, sentimientos y experiencias que nos marcan, y de resolver o profundizar problemas cotidianos en las relaciones interpersonales. La importancia de las palabras es tal que, como decía el filósofo franco-anglo-estadunidense, George Steiner, "aquello que no se nombra, no existe".

Por ello, una de las lecciones más importantes que he aprendido de mi hija Sara es decir "te quiero". Admito que la mayor parte de mi vida no he sido muy expresivo y he considerado que es suficiente que la gente que me importa sepa que la quiero sin necesidad de que yo se lo diga. Es decir, he dado por sentado que no es necesario expresar mi cariño a través de las palabras.

Sin embargo, Sara me dice a cada rato que me ama y no necesita ninguna ocasión especial para expresármelo. Esto me ha hecho reflexionar sobre la importancia de decir un "te quiero" o un "te amo" a la gente que es valiosa en mi vida. Antes, ni siquiera a mi madre le expresaba con palabras mi amor, con excepción de algún momento especial como navidad o su cumpleaños.

Al menos desde mi experiencia personal, mi falta de capacidad y sensibilidad para expresar mis sentimientos se debe a dos razones: la primera tiene que ver con el hecho de que nunca tuve un referente masculino que fuera cariñoso a través de las palabras. En el caso de mi padre, aunque yo sabía que me quería, no tengo en la memoria un recuerdo de alguna vez en que me dijera "te quiero, hijo".

Obviamente, no lo juzgo de ninguna manera porque él fue producto de una época en la que se respondía a un modelo de hombre-padre que era sobre todo proveedor material. La responsable casi exclusiva de lo doméstico, el cuidado y lo emocional era mi madre, quien también contó con el apoyo de otras mujeres de la familia, como mi prima Chabela y mi tía Carmen que nos cuidaron durante una parte de nuestra niñez a mis hermanas, a mi hermano y a mí.

La segunda razón tiene que ver con la forma en que me construí como hombre en oposición a lo feminino en el contexto de una sociedad patriarcal que dicta que los hombres obligatoriamente debemos ser fuertes, seguros e infalibles. En consecuencia, no podemos mostrarnos vulnerables, lo cual implica que no debemos exteriorizar nuestras emociones, ya que ello nos convierte automáticamente en débiles y esto nos aleja del modelo masculino que la sociedad nos impone a seguir.

Pero Sara con sus "te amo, papi" me ha enseñado a asumir mi vulnerabilidad y a aceptar la necesidad de expresar lo que siento a las personas que me importan. Ahora tengo la libertad de decir un "te quiero" a mi madre, a mis hermanas, a mi hermano, a mis sobrinos y sobrinas, y a mis amigos y amigas. También entiendo la importancia de expresarle constantemente a mi pareja que la quiero. Confieso que a veces solo recibo un silencio de parte de uno u otro amigo heterosexual cuando le digo algún "te quiero", lo cual comprendo porque, al igual que yo, mis amigos también están marcados por el machismo que nos rodea y nos define a todos los hombres.

No obstante, sé que en el fondo estas muestras de cariño a través de mis palabras les toca el corazón, pues es lo que siento yo cuando un amigo me dice que me quiere, aunque confieso que son pocos los que lo expresan, como mi amigo Alex Trejo que lo hace cada vez que me escribe o mi amigo Edwin Chávez que siempre nos lo recuerda en un chat de amigos de la niñez. De hecho, el último que lo hizo hace un par de semanas fue mi querido amigo Guido Eguigure, quien después de encontrarnos luego de un buen tiempo sin vernos, se despidió soltando la palabra mágica: "te quiero".

Cuando lo dijo, volví a pensar en Sara y en su lección de vida, y me hice una promesa que todos los hombres deberíamos hacer: reconocer que estamos mutilados emocionalmente por el patriarcado y no negar nuestras emociones y sus distintas formas de expresarse. En palabras de Octavio Salazar, esto supone "reconciliarnos con nuestra dimensión emocional, en vez de huir de ella como siempre hemos hecho, al entender que era cosa de mujeres. Eso nos convertirá en seres más completos y nos permitirá gozar de relaciones más saludables con los demás hombres y con las mujeres".

domingo, 3 de abril de 2022

"¡Qué guay!... ya era hora papá"

 





"¿Es tu novia?", me preguntó Sara por Instagram después de ver en mi historia una foto en la que aparezco con Lidia, mi pareja. Como su pregunta la escribió en mayúscula, no supe qué pensar, ya que entiendo que escribir de esa manera es como gritar. Así que inmediatamente la llamé, pero no me respondió. Mientras esperaba para volver a llamarla, le escribí confirmándole que Lidia y yo estamos saliendo, y que antes había intentado llamarle para contarle, pero no había sido posible.

También compartí la foto en el chat familiar en el que estamos ella, su madre y yo. Yolanda escribió que Lidia se ve muy "riquiña" (palabra gallega que puede asociarse a "adorable", "simpática", "bonita", "dulce", entre otras cosas); que se alegra mucho y que esperaba que coincidiéramos alguna vez. Como le respondí "gracias, querida compañera", Sara solo escribió para burlarse y decirme que me comunique "como un ser vivo normal", es decir, diciendo simplemente, "gracias, Yoli" 😂.

Finalmente, cuando pude hablar con ella, me dijo: "¡Qué guay!, ya era hora papá". Su comentario, además de tranquilizarme sobre lo que podría sentir al saber que tengo pareja después de un buen tiempo dedicado exclusivamente a mi paternidad y mi trabajo, también me causó risa, y, al mismo tiempo, me puso a reflexionar sobre la imagen que tenía mi hija de mí en relación con mi decisión de estar soltero.

Como lo he reconocido siempre, he sido afortunado porque he conocido y compartido con mujeres maravillosas a quienes he amado y me han amado, algunas por períodos más largos que otras, pero independiente de ello, han hecho que el recorrido de este camino que es la vida haya sido bonito mientras duró. Sin embargo, también debo admitir que en muchas ocasiones me he encerrado en una especie de búnker al que no he permitido entrar a nadie por completo.

Aunque generalmente mi paternidad ha sido mi eterna justificación para ello, hoy acepto que también se ha debido a que he tenido un poco de miedo porque hasta hace muy pocos años seguía siendo un hombre inseguro y egoísta. En pocas palabras, a pesar de que no era una mala persona ni un mal hombre, no estaba preparado para ser un compañero a la altura de las circunstancias. Estaba demasiado concentrado en mi paternidad, en investigar, en escribir y en brindar mi aporte académico a los cambios políticos y sociales que creí primordiales.

Pensaba que mi paternidad y mi pasión por los derechos humanos estaban por encima de todo, y no logré alcanzar un equilibrio entre estas cosas importantes y otras también valiosas como las relaciones humanas, tanto familiares, de amistad y de pareja. A pesar de ello y por fortuna, aun cuando las rupturas siempre son dolorosas, tuve el privilegio de que en su gran mayoría se dieron con mucho amor, responsabilidad afectiva y cuidado como apuesta y decisión de ambas partes.

Hace más de un año escribí en este blog la entrada "Su adolescencia y mis tiempos nuevos como hombre" en la que conté que a medida que Sara va creciendo y teniendo más espacios de autonomía en los que yo ya no quepo, tengo más tiempo para mis propias cosas. Reconozco que en ese momento disfrutaba mucho de mi soledad, pero también sentía una especie de anhelo por volver a experiementar el "codo a codo" del que habla Benedetti. Esta mezcla de sentimientos la seguí sintiendo con el paso del tiempo, pero con la diferencia de que me volví muy consciente de mis errores pasados y de que, gracias a mi proceso de deconstrucción, ya estaba preparado para construir una relación basada en lo que Coral Herrera Gómez llama "amor compañero".

Sin embargo, algo así me parecía casi un imposible, pues implica que dos personas coincidan y comprendan que hay otras formas de amar más allá del lado tóxico del amor romántico... pero sucedió lo inimaginable y me reencontré con Lidia, con quien nos habíamos conocido un par de años atrás en momentos de nuestras vidas en que estábamos en diferentes universos y sintonías. Un mensaje inesperado abrió el camino sin saberlo, y un almuerzo y un café improvisado de varias horas permitieron que nos reconociéramos y que decidiéramos explorar lo que había detrás de la inmediata, impresionante, hermosa e inexplicable conexión que sentimos.

A partir de ese momento no hemos vuelto a separarnos y hemos empezado a construir una relación igualitaria, transparente, dignificada, honesta, solidaria, sentida y razonada... es decir, donde "el corazón y la razón van de la mano". Esto solo puede ser posible gracias a nuestros aprendizajes de las experiencias vividas individualmente y, en mi caso particular, a mi proceso de deconstrucción con respecto a la masculinidad tóxica que no me permitió disfrutar y hacer disfrutar plenamente del amor como ahora lo hago con y por Lidia.

Afortunadamente, hoy no soy el mismo hombre de hace algunos años y me siento privilegiado de dos cosas: la primera, de poder ofrecer la mejor versión de mí en una relación de amor compañero y, la segunda, de haber coincidido con Lidia y que ella decidiera quedarse aquí conmigo porque es una mujer hermosa en todos los sentidos. Me enamora su inteligencia, su tenacidad, su nobleza, su humildad, su fuerza y su valentía. Y me alegra tanto que las personas que me quieren coincidan en el hecho de sentir que Lidia es una ser humana maravillosa.

Hay dos aspectos que me encantan de nuestra relación: en primer lugar, Samuel, su hijo, y Sara, aprueban y les gusta que estemos construyendo este proyecto de pareja. De hecho, esta semana le comenté a Sara que Lidia y yo tenemos planes para el futuro inmediato y me ratificó que se alegra mucho. En segundo lugar, Lidia y yo coincidimos en que nuestro amor debe tener una faceta interna y otra externa. La interna tiene que ver con seguir construyendo una relación de equipo, de complicidad y confianza, con los mismos derechos, sin dominación, sin sufrimientos, sin jerarquías, plenamente solidaria y basada en el apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

La externa tiene que ver con hacer de nuestra relación un proyecto político en el sentido de demostrar, a través de la forma en que nos relacionamos y amamos, que "otras formas de amar son posibles", es decir, guiados por la lealtad, la confianza, la empatía, el cuidado y la libertad para ser nosotras mismas y aceptarnos. Pero además, teniendo claro que el amor no se da de una vez y para siempre, sino que es una permanente construcción que requiere la confirmación diaria de nuestra decisión de estar juntas.

En este sentido, hemos convenido y seguimos consensuando una serie de pautas que nos permitan facilitar y disfrutar de esa construcción diaria del amor: por ejemplo, decidimos que nuestra relación es monógama, metida en una "burbujita" en la que solo ella y yo cabemos, pero, al mismo tiempo, con la capacidad de expandirse para querer y cuidar a nuestras familias y amistades, evitando en todo momento aislarnos del mundo y de la gente que queremos.

Otro ejemplo de una pauta importante es que nunca nos iremos a la cama sin resolver un conflicto  o incomodidad (algo que siempre he puesto en práctica con mi hija Sara). Y para completarlo, siguiendo el consejo de mi querida amiga Soraya Long, acordamos que cuando tengamos una discrepancia quien tomará la iniciativa para hablar y resolverla, independientemente de si se tiene o no la razón, o la culpa, va a depender del día: si es un día impar, será Lidia; si es un día par, seré yo.

Y sin duda alguna, para mí este proyecto político también tiene otra destinataria principal: Sara. Quiero que mi hija siga teniéndome como referente no solo con respecto a la forma en que me relaciono con su madre, sino también ahora en cuanto a mi relación con Lidia. Deseo que la forma en que ejerzo mi masculinidad igualitaria y la experiencia de "amor compañero" que Lidia y yo estamos viviendo y construyendo sean los parámetros que ella utilice en su vida, particularmente en este tiempo en el que ha entrado a la adolescencia y se está asomando a la vida adulta, que no es nada fácil, particularmente para las mujeres.

jueves, 31 de marzo de 2022

No soy el padre que pensaba que sería... la paternidad me hizo un mejor ser humano


Desde Papás Blogueros estamos reflexionando en este #MesPadre sobre los papás que somos y no pensábamos que seríamos, y me doy cuenta que mi paternidad ha sido la mejor lección sobre igualdad y ética del cuidado, y que me ha desafiado a educarme y a poner en práctica los valores que desde las paternidades igualitarias se promueven.

Sin embargo, quiero confesar que nunca pensé ser papá. Era algo que no estaba dentro de mis proyectos, pero al final, la vida en pareja implica valorar los deseos y proyectos individuales, volverlos colectivos y consensuar. Así llegó Sara, producto del diálogo y la planificación.

Cuando su llegada ya era una realidad jamás pensé que me entregaría tanto a mi papel de papá, particularmente porque las referencias que tenía eran las de mi padre que, pese a ser un buen hombre, estaba marcado por el machismo estructural que nos condiciona y, por tanto, su paternidad era tradicional en el sentido de ser más proveedor de cosas materiales que de cuidado.

Aunque yo tenía claro que no sería solo un padre proveedor de cosas materiales, jamás imaginé que poco a poco el tema de la ética del cuidado sería un eje central que, incluso, me ha hecho un mejor tío para mis sobrinas y sobrinos.

No obstante, no pensé que ello me llevaría a muchas renuncias vinculadas con mi carrera profesional y mi vida personal, como hombre. Generalmente, el hablar de nuestras maternidades/paternidades está marcado por las cosas positivas y bonitas, y no nos atrevemos a plantear abiertamente las sombras que traen consigo para no parecer malos padres o madres.


En este sentido, cuando nació Sara decidí priorizar mi paternidad por encima de todas las cosas, lo cual, de una u otra forma, ha sido un factor que me ha llevado a descuidar mis relaciones humanas y a optar por la vida sin pareja por un buen tiempo.

En cuanto a la vida en pareja, afortunadamente, ahora que Sara se está haciendo mayor y tiene sus propios espacios en donde yo ya no quepo, he conocido a Lidia, mi pareja actual, con quien estamos construyendo un proyecto compartido bajo los parámetros del "amor compañero".

Y a pesar de que ella comprende y me apoya totalmente en este ir y venir para poder estar al menos 6 meses al año en España cuidando a Sara, no puedo negar que esto implica en cierta medida una renuncia o una modificación temporal de la vida en pareja, y que me parte el corazón en dos, una mitad en Honduras y la otra en Galicia.

Sobre mi carrera profesional, mi paternidad me ha llevado a renunciar a proyectos valiosos, particularmente en México, en donde he desarrollado una buena parte de mi carrera académica. Esta renuncia se deriva de mi decisión de pasar la mayor parte del tiempo con Sara, lo cual he podido hacer a lo largo de su vida y ahora en esta nueva situación en la que ella vive permanente en Vigo.

Nunca pensé en el tipo de padre que sería y tampoco en el hombre a secas, pero en el camino fui comprendiendo que, a través de mi paternidad, me debía convertir en un mejor ser humano que Sara tuviera como referente en su vida.

En este proceso y, a pesar de mis errores pasados, hoy puedo sentirme a la altura de esa referencia para mi hija, particularmente en cuanto a ser un buen compañero y pareja, y a poner mis conocimientos a favor de las causas justas. Ella me sigue inspirando y motivando. Por ella quiero continuar caminando en esta construcción humana de ser un mejor padre, un mejor hombre, un mejor ser humano.