miércoles, 25 de julio de 2018

La muerte antes y después de Sara



Indudablemente la muerte es un tema tabú. A nadie le gusta hablar de ella a pesar que en un país tan violento como Honduras es una realidad cotidiana, que se respira en el ambiente la sensación de que en el transcurso del día cualquier persona puede ser una potencial ganadora de su lotería macabra.

Hay personas que por su situación particular se encuentran en mayor riesgo frente a la muerte, entre ellas están quienes de algún modo se oponen a la corrupción, a las injusticias, al autoritarismo, al patriarcado, a los dogmatismos religiosos, al sistema que genera pobreza, exclusión y desigualdad, y a las violaciones a derechos humanos.

No es de extrañar que algunos órganos de Naciones Unidas como el Relator Especial sobre la Situación de los Defensores y Defensoras de Derechos Humanos, Michel Forst, en su más reciente visita al país concluyó que tales personas no podemos trabajar en un entorno seguro y propicio, ya que nos encontramos en peligro y no nos sentimos seguras debido a los numerosos ataques y amenazas, la criminalización de nuestras actividades y la falta de acceso a la justicia.

Antes que Sara naciera, incluso antes que fuera pensada y deseada, la muerte no era un tema que me generara mayor preocupación. De hecho, siempre la vi como una aliada, pues al pensarla me recordaba constantemente mi vulnerabilidad, mi temporalidad y mi paso efímero por este mundo, y eso me hacía vivir con mayor intensidad el presente.

Recuerdo perfectamente que un viernes 3 de agosto de 2001, en un "extraño accidente" pude ver los ojos a la muerte. Yo trabajaba en la Pastoral de Movilidad Humana en Caritas Nacional y parte del trabajo implicaba movernos por todo el país capacitando en temas de migración y refugio. Ese día tres compañeras y yo nos dirigíamos desde Tegucigalpa hacia la costa norte cuando la muerte nos sorprendió.

Murieron las tres, solo yo sobreviví. Nadie se explica cómo no me pasó nada grave, ni siquiera una fractura. Mucha gente pensó equivocadamente que después de esa experiencia yo dejaría de ser ateo, pero obviamente la experiencia me marcó en el sentido de reafirmar que tenía el deber de vivir el día a día porque lo único real y seguro es este instante; el pasado solo es un simple recuerdo y el futuro es absolutamente incierto.

También esa experiencia me hizo reflexionar sobre dos cosas. La primera, que quería seguir trabajando y con más fuerza el tema de derechos humanos; y la segunda, que ello implicaba un enorme riesgo y, por tanto, lo mejor era renunciar a la idea de convertirme en padre. No obstante, vivir en la tranquilidad y seguridad que brinda el primer mundo cambia la perspectiva de las cosas y llegó la decisión de tener a Sara.

Un año después de su nacimiento llegó otra decisión fundamental: volver a Honduras en medio del golpe de Estado porque en ese momento creímos que no podíamos estar cómodxs en Europa mientras el país estaba en llamas, pensábamos que era el momento de regresar y aportar. Decidimos venir por 4 años y llevamos 9, y ese tiempo trajo consigo una separación* y muchos miedos vinculados a mi hija.

Desde que Sara nació mi perspectiva de la muerte cambió drásticamente porque pasé de respetarla y verla como una aliada, a tenerle miedo. En momentos de grave crisis me aterra pensar que le pase algo a su madre o a mí, y no poder verla crecer o que crezca sin unx de lxs dos. Reconozco que me invade un inmenso temor al pensar que un día mi salud comience a deteriorarse y no pueda hacer nada para seguir a su lado hasta que sea totalmente independiente.

Y también me aterra pensar que debido a mi trabajo y a mis principios la pueda condenar un día a sentir el dolor de una pérdida de ese tipo. En una entrada anterior compartí que hace un par de años fuimos a San Salvador para participar en el aniversario de los mártires de la Universidad Centro Americana (UCA) y que tuvimos la oportunidad de visitar el lugar donde vivió monseñor Romero, el cual se ha convertido en una especie de museo de peregrinación.

La persona que nos guió en la visita al interior de la casa de monseñor nos contó muchas historias sobre él y su compromiso con la justicia. Indudablemente, el estar en el sitio donde vivió uno de los mártires más importantes de nuestro continente nos dejó los sentimientos a flor de piel y una especie de rabia y esperanza renovada por los cambios sociales para hacer de nuestros países lugares más compartidos y solidarios.

Pero al salir de ahí Sara se me acercó y con lágrimas en sus ojos me preguntó, literalmente: "Papi, si a monseñor lo mataron por luchar por la justicia, ¿a vos también te van a matar?"** No tengo palabras para describir lo que sentí ante su pregunta, solo recuerdo que tuve que armarme de mucho valor y temple para evitar llorar, y para convencerla que nadie me mataría y que yo estaría con ella hasta que no me necesitara. Hace un par de meses viví una grave situación de inseguridad en el marco de la crisis política por el fraude electoral que me hizo recordar con mucho temor esa pregunta.

Pero realmente tengo miedo a morir, no por mí, sino por ella, aunque nunca se lo demuestro. Cuando hablamos sobre la muerte le insisto que es una aliada, que ella debe vivir plenamente hoy, que mañana no existe, que lo que pasó ya pasó y no hay vuelta atrás, y que debe aprovechar cada momento de felicidad que se le presente en la vida porque la felicidad no es un estado permanente, sino que está hecha de momentos, a veces muy cortos.

Pero tengo miedo y no puedo evitarlo. Sé que en este país caracterizado por la violencia y la impunidad todas y todos somos candidatos a que se nos arrebate la vida, especialmente si además denunciamos e intentamos cambiar las condiciones que condenan a la mayoría de la población a vivir en condiciones indignas. Pero también esas condiciones son las que provocan que se arranque la vida a tantas personas por la falta de acceso a un sistema de salud pública eficiente y de calidad.

Admito que frente a mis temores soy un privilegiado porque mi pasaporte español me abre otras puertas y me brinda las seguridades que no existen en Honduras, pero no quiero sentir que abandono este barco y a mi gente (compañerxs, familiares, amistades, víctimas). Sin embargo, a pesar de mis dilemas y mis temores, no puedo ignorar que el bienestar de Sara es lo único que debe condicionar mis decisiones.


domingo, 1 de julio de 2018

Se fue feliz y sí la extraño

Se nota en su cara que me extraña mucho 😂😂😂

Hace dos semanas Sara se fue a España a pasar con la familia sus vacaciones de verano como cada año desde que regresamos a Honduras. Me siento orgulloso porque es toda una campeona, cumplió un año más de viaje sola hasta Vigo. En otras ocasiones los sentimientos encontrados al irse -tristeza y alegría- los refleja a flor de piel y las despedidas en el aeropuerto, como todas, tienen esa mezcla de sentimientos.

Sin embargo, esta vez ha sido diferente por dos razones. La primera, porque al hacer fila para realizar el chequeo de pasaporte y boleto de avión, y coordinar lo del programa de viaje de menor no acompañada, Yolanda ayudó a una señora que enviaba solo a su nieto por primera vez. Aprovechó para presentar a Sara con el niño y le dijo que no había nada de qué preocuparse, que Sara ya era toda una experta viajando sola desde los 5 años y medio.

Obviamente Sara se sintió muy orgullosa porque supongo pensó que podría mostrarle al niño todo lo que implicaba hacer un viaje tan largo sin la compañía de una persona adulta que fuera familiar o amiga. Así que cuando nos despedimos para dejarla que se fuera con la azafata, lo hizo de forma rápida, nos abrazó, besó, nos dijo te amo y se marchó con más alegría que tristeza. 

Nos quedamos esperando a que subiera la escalera que la llevaría al punto de seguridad y nos lanzara una mirada, pero no sucedió así, ni siquiera nos volvió a ver porque iba ocupada platicando con el niño. Decidimos seguir esperando para que nos saludara desde los ventanales después de pasar por seguridad y nuevamente nos quedamos con las ganas, pues solo la vimos pasar  totalmente inmersa en una plática con su nuevo amigo. Suponemos que se sentía orgullosa de ir contándole al niño cómo era la aventura de viajar sola.

Aunque me alegra mucho que su independencia se vea reflejada en momentos como este, sin duda alguna, cualquier persona se hubiera reído de Yolanda y de mí si se hubiera dado cuenta que  nos quedamos más tiempo en el aeropuerto para esperar infructuosamente que nuestra hija de 9 años nos diera a lo lejos un último adiós, un beso lanzado o una simple mirada. 

La segunda razón por la que este viaje ha sido distinto es que el volver a casa fue una experiencia extraña para mí, ya que tuve sensaciones que no vivía desde hace mucho, el espacio compartido con ella se me hizo inmenso y no he dejado de extrañarla, de sentir un vacío en el pecho que hasta ahora permanece intacto.

En otra entrada comentaba que siempre aprovecho su viaje para disfrutarme a mí mismo y que ante la pregunta de si la extraño, generalmente contesto que no*. Sin embargo, si alguien me preguntara esta vez si la extraño, no podría evitar responder que sí, que me hace mucha falta y que cuento los días por verla nuevamente y estar cerca de ella.

No sé si es algún tipo de "virus" que nos ha contagiado a ambxs porque generalmente ella se la pasa genial y prácticamente no pregunta por su madre ni por mí cuando está en España. No obstante, esta vez también ha sido diferente para ella porque nos hemos comunicado más que la suma de todas las veces de los años anteriores que se ha ido. 

Incluso, el pasado miércoles platiqué un buen rato con Sara y me dijo entre sollozos que me extrañaba, lo cual me rompió el corazón y le insistí que extrañar no es malo siempre y cuando no sea un obstáculo para disfrutar. Cuando se lo conté a Yolanda, se me volvió a romper el corazón porque me dijo que por supuesto que me había extrañado, pero porque estaba sin sus primos y primas en ese momento 😂😂😂. Este fin de semana que fue de campamento parece que dejó de extrañarme 😂😂😂.

Recuerdo que las semanas previas a su viaje le decía que yo era el más interesado en que se fuera  porque eso significaba que durante casi tres meses no tendría que levantarme a las 5:30am para prepararme antes de despertarla para ir a la escuela ni preocuparme por sus actividades extraescolares ni por la compra de su merienda ni por llevarle almuerzo ni por traerla del fútbol o del ballet ni por ser su chofer. Pero esta vez, sin ella, hasta siento que extraño toda esa rutina.

*http://papa-y-nena-en-tiempos-de-patriarcado.blogspot.com/2017/08/no-la-extrano-si-la-extrano.html