domingo, 18 de julio de 2021

Menstruación, estaciones y espacios de libertad

 

Sara lleva un año viviendo en España y cuando alguien me pregunta por ella le respondo que ha crecido mucho y que ya es una adolescente. La primera reacción ante mi respuesta es comentar que seguramente me siento triste porque ya no es mi niña, mi bebita; sin embargo, le digo que no, que al contrario, que estoy contento de que esté transitando hacia la adultez y que quiero que el tiempo siga corriendo para verla totalmente independiente.

Generalmente, quien me escucha pone cara de incredulidad porque asume que debería anhelar que mi hija no crezca. Pero, entre otras, tengo dos razones poderosas que me hacen desear que Sara continúe convirtiéndose en una mujer independiente, aunque eso implique que yo deje de ser una parte importante del centro de su vida y que ya no ocupe un lugar fundamental en sus espacios y sus tiempos.

En primer lugar, he tenido el privilegio de disfrutar intensamente cada etapa de su paso por este mundo, desde su primer año cuando tuve la oportunidad de quedarme en casa para dedicarme a su cuidado y al del hogar, pasando por la libetad laboral de la que he gozado y que me ha permitido lograr un equilibrio favorable para ejercer una paternidad cuidadora y muy presente durante sus primeros 12 años de vida, hasta la actualidad en que Yolanda, ella y yo tenemos que hacer el sacrificio de adaptarnos a la nueva realidad que nos permite estar juntxs solo 6 meses al año.

Gracias a la cercanía que hemos tenido como padre e hija, la entrada a la adolescencia está siendo más fácil de lo que imaginé, particularmente porque la relación que construimos durante estos años es de mucha confianza a tal punto que los cambios y procesos nuevos en su cuerpo los abordamos con total naturalidad. Por ejemplo, la menstruación es un tema recurrente cada mes y disfruto mucho caminar con ella hacia su colegio mientras me cuenta con entusiasmo si le vino mucho o poco, si le llegó puntual o no, o si ya se regularizó, lo que le permite planificar ciertas cosas en función de ello. 

La naturalidad con la que hablamos sobre la menstruación es tal que me pide ir al supermercado o a la farmacia para comprarle las compresas o me llama desde el baño para que tire en la basura la que acaba de cambiarse. Por otro lado, este tema también nos ha permitido hablar sobre sexualidad en el sentido que ahora debe tener presente que cuando decida comenzar su vida sexual tiene que cuidarse porque su cuerpo es fértil. De esta manera, gracias a la menstruación hemos podido platicar abiertamente sobre métodos anticonceptivos y responsabilidad sexual y afectiva.

Hace unas semanas Madresfera nos preguntaba en Twitter si como padres conocemos el ciclo menstrual y si hemos hablado con nuestras hijas al respecto, o si es un tema que se lo dejamos a las madres. Mis compañeros de Papás blogueros y yo, con hijas en edad de tener una conversación al respecto, respondimos que sí. Por un lado, me sentí contento de ver que algunos hombres hemos avanzado en asumir nuestra parte de responsabilidad en el abordaje de temas que tradicionalmente les hemos dejado a las madres y, por otro, recordé con una sonrisa la primera vez que le hablé a Sara de la menstruación, aprovechando que nos contó emocionada que una de sus amigas la estaba experimentando. Yo hablé con ella usando como referencia el cuento "Mamá, me ha venido la regla" de May, Julia y Marta Serrano, el cual contribuye a recordar lo poderosas que son las mujeres y, como dicen las autoras, a "reconciliarnos con nuestra regla para sanarla". Luego Yolanda le platicó de los detalles y de su experiencia personal.

En dicho cuento hay dos cuestiones que me gustaron mucho: primero, la protagonista recuerda que su madre le contó "que los días de la regla es como si tuviese un superpoder, pues puedes oír y ver cosas que los demás no pueden". Segundo, su abuela le dice que las mujeres son cíclicas y que al igual que el año también tienen estaciones, y cada mes van atravesando distintas etapas. Así,

"En invierno, que es la etapa en la que tú estás ahora mismo, justo cuando te llega la regla, es tiempo de descansar. De descansar y preguntarnos cómo estamos, qué queremos, qué necesitamos. Nuestro cuerpo habla y es en este momento cuando abre sus compuertas para dejarnos ver su interior. 

Después del invierno comienza la primavera, la energía renovada nos da fuerza para poner en práctica todo lo que hemos decidido en invierno. Los días son más largos, no hace tanto frío y nosotras estamos en el momento de hacer con determinación y precisión. 

Verano… Luz y calor, momento para 'echarse a la calle', divertirse, socializar, empatizar con los demás, mostrarnos abiertamente, con todo lo que somos, nos vemos guapas, nos sentimos fuertes y seguras.

El otoño nos recoge para ir descendiendo poquito a poco a nuestro encuentro, nos hace ser más críticas, nos pone en contacto con lo que NO NOS gusta. Es un buen momento para reflexionar y canalizar toda esa energía hacia la creatividad.  El ritmo sigue bajando para llegar otra vez al invierno… Es importante saber en qué estación te encuentras".

En segundo lugar, que Sara sea una adolescente y esté construyendo unos espacios personales en donde yo ya no quepo, me está dando mucho tiempo que al inicio me descolocaba porque no sabía qué hacer con él. Pero ahora estoy encontrando un equilibrio y aprendiendo a disfrutar los ámbitos de libertad no vinculados con mi paternidad. He retomado el aprendizaje de la guitarra, me dedico más a la investigación y a publicar con más intensidad, y lo más importante, empecé a dar pasos para salir de la burbuja en la que he vivido los últimos años y disfrutar las pequeñas y hermosas cosas que brinda el compartir con la gente querida.

Por ello estoy feliz de que Sara siga creciendo y construyendo paso a paso su autonomía y libertad. Yo la seguiré acompañando en todos sus procesos y etapas, a veces muy cerca, a veces no tanto porque quiero, como dice una canción que le escribí, que vea con entusiasmo que hay un cielo abierto para que vuele, ame y sea libre, sabiendo que siempre estaré a su lado, y que podrá volver a mí cada vez que quiera o lo necesite, "aunque el tiempo se haya tatuado en mi piel".

lunes, 15 de marzo de 2021

Cuidados extendidos en tiempos de COVID*

Foto: latercera.com

Este texto fue publicado originalmente en Papás Blogueros como parte de nuestra campaña "Dónde están los padres", que es una forma de celebrar marzo, nuestro mes especial, a través de la publicación de contenidos vinculados con paternidades presentes y cuidadoras.

“Por favor, no le digás nada a Sara”, le dije a Yolanda cuando le comuniqué que mi padre había fallecido por COVID. Mi intención era un tanto irracional, pero comprensible en mi lógica porque, por un lado, quería protegerla del dolor de perder a su abuelo y, por otro, ser yo quien se lo contara personalmente para poder abrazarla y decirle que todo iba a estar bien.

Sin embargo, Yolanda me hizo ver que no tenía sentido meterla en una burbuja y decidimos que ella hablaría con Sara y luego yo a través de una videollamada, ya que desde el año pasado nuestra situación familiar cambió drásticamente en el sentido que, debido a la pandemia y a la situación política que atraviesa Honduras, decidimos que lo mejor para nuestra hija era que regresara a España.

Resulta paradójico que en el 2009 tomamos la decisión al revés, ya que vivíamos en Madrid y a raíz del primer golpe de Estado del siglo XXI que se cometió en Honduras, decidimos dejar la seguridad que nos brinda el viejo continente para aportar, dentro de nuestras limitaciones, en la construcción democrática de ese golpeado rincón del caribe centroamericano que tanto amamos.

Sara tenía apenas 1 año cuando tomamos esa decisión. Inicialmente, nuestro plan era estar allá solo 4 años y volver a España, sin embargo, la pasión por nuestro trabajo y las redes humanas construidas a base de ilusión y admiración por tanta gente que trabaja por la justicia, a pesar del desaliento y la desesperanza, nos fue manteniendo ahí hasta que llegó la pandemia.

Reconozco que desde el primer día que amanecimos en esa Honduras hundida en una profunda crisis política, me asaltaron las dudas sobre si había sido justo mudarnos con nuestra hija y privarla de las seguridades de España. Pero la llegada del COVID que profundizó la deteriorada situación del país nos impulsó a tomar la primera decisión, que al menos ella saliera hacia Madrid en un vuelo de repatriación.

Luego, en el camino decidimos que se quedara permanentemente aquí; gracias a la posibilidad de hacer teletrabajo y a la comprensión de las organizaciones para las que trabajamos, Yolanda y yo hemos podido equilibrar nuestras responsabilidades laborales con el cuidado de Sara, alternando 3 meses en España y 3 meses en Honduras. Cuando Yolanda está en Vigo, yo estoy en Honduras y viceversa.

De hecho, yo acababa de regresar a Honduras cuando sucedió lo de mi padre. Dentro de lo duro que significa perder a un ser querido, un mes después y a miles de kilómetros de distancia he podido reflexionar y darme cuenta de cómo la forma presente y cuidadora en que decidí ejercer mi paternidad ha sido fundamental para poder asumir la mayor parte de las responsabilidades de cuidado ante la muerte de mi padre y el contagio y la situación de salud crítica que vivieron mi hermana, mi madre y mi hermano debido al COVID.

El hecho de haber tenido la oportunidad y el privilegio de estar en casa cuidando a mi hija durante su primer año de vida, y haber podido realizar gran parte de mi trabajo desde casa durante sus primeros 10 años para poder estar mucho más tiempo con ella, me permitieron admitir con vergüenza que la mayor parte de mi vida yo había estado totalmente alejado del ámbito doméstico y del cuidado porque pensaba que mi trabajo por los derechos humanos que me absorbía la mayor del tiempo, era una justificación suficiente.

Sin embargo, el amor por Sara me transformó y me hizo colocarme definitivamente frente al espejo para cuestionar mis privilegios y renegar de la masculinidad tóxica en la que fui educado. Y ante la experiencia trágica que ha significado el COVID para mi familia, siento que pude responsabilizarme de todas las tareas de cuidado que no hubiera podido o querido asumir sin mi compromiso y experiencia de vida con respecto al ejercicio de una paternidad presente y cuidadora.

Con dos hermanas lejos en Estados Unidos y una en Honduras con una enfermedad de base, me correspondía a mí aceptar la mayor cuota de responsabilidad en el cuidado de quienes se contagiaron, lo cual implicaba, entre otras cosas, moverme en todo lo relacionado con la hospitalización, muerte y entierro de mi padre; y medio dormir en un cama-mueble incómodo frente a la habitación de mi madre y con la mascarilla puesta para estar pendiente de su temperatura, sus pastillas y sus niveles de oxigenación, pero sobre todo, para que se sintiera cuidada y acompañada.

También pude llevarle a mi hermano algunas sopas -hechas por mi hermana- cuando estaba en su casa en sus primeros días de contagio; luego tuve que inventar tantas cosas para ocultarle a mi otra hermana y a mi madre que él estaba en estado crítico para evitar que el COVID se aprovechara de sus defensas debilitadas por una preocupación más; y debí “dormir” en mi coche varias noches durante dos semanas frente a la habitación de la clínica donde él estaba hospitalizado por si ocurría algo y para que él sintiera que yo, su hermano mayor, estaba cerca de él.

Sin duda alguna fue una experiencia muy dura, pero al mismo tiempo nos unió aún más como hermanos y hermanas, y me enseñó varias cosas muy valiosas: primero, lo insuficiente que resulta ser hombres limitados en proveer materialmente a la familia, pero sin asumir seriamente la parte que nos corresponde en la responsabilidad de las tareas del cuidado y lo doméstico.

Segundo, el ejercicio de una paternidad presente y cuidadora me brindó, sin saberlo, una preparación adecuada para poder enfrentar una situación tan dolorosa para mi familia y asumir la mayor parte de las tareas del cuidado físico y, sobre todo, del cuidado emocional de mi madre, mis hermanas, mi hermano, inclusive de mi cuñada y mis cuñados.

Tercero, no puedo pretender evitarle a Sara los sufrimientos comunes que la vida le irá poniendo en su camino, como a todas las personas, particularmente en relación con la muerte de quienes amamos. Por eso, lo primero que hice al llegar a Vigo fue conversar con ella. Nos tumbamos en un mueble, abrazados, y hablamos de su abuelo y de la muerte.

Recordamos el gran ejemplo que nos dejó “Papiquín” -como ella le decía-, ya que él iba por la vida sonriendo, haciendo chistes de todo y finalmente murió y fue enterrado como siempre quiso, es decir, sin sufrimiento, sin llantos y sin funerales. También reflexionamos que a la muerte debemos verla como algo que nos está recordando permanentemente que estamos de paso, que el mañana no existe y que lo único que poseemos es el presente.

Y por eso tenemos el derecho, incluso la obligación de vivir intensamente hoy, tomando en consideración una regla de oro: vivir a tope con el único límite del respeto a nuestra propia dignidad y a la de las demás personas.


Una compilación de todas las entradas puede encontrarse aquí: https://papasblogueros.com/compilando-mespadre-2021/

domingo, 24 de enero de 2021

Su adolescencia y mis tiempos nuevos como hombre




En teoría, 12 años indican una edad que todavía se encuentra en las fronteras de la niñez, pero en la práctica es una etapa de transición que casi tiene los dos pies en la adolescencia, sobre todo cuando se han generado las condiciones para madurar tempranamente.

Sara se encuentra exactamente en esa etapa, ante lo cual yo tengo sentimientos encontrados porque me invade la ternura cuando a veces aparecen algunas chispas de la niña que fue y me lleno de nostalgia cuando la mayor parte del tiempo veo a la adolescente en la que se está convirtiendo.

En ocasiones extraño mucho a esa niña de las películas de Pixar o de Disney, y de los libros como "El Diario de Greg" de Jeff Kinney, y en otros momentos me alegro de ver a la adolescente de las series o películas de Netflix, y de los libros como "Mujercitas" de Louisa May Alcott o "La Cabaña" de Natasha Preston.

Reconozco que parte de los sentimientos encontrados son egoístas porque tienen que ver exclusivamente con mi vida como hombre más allá de ser el papá de Sara. Y digo que lo reconozco porque como lo dijo Sem, de Y yo con estas barbas, en una reunión que tuvimos algunos miembros de Papás Blogueros, siempre estamos escribiendo sobre paternidad, pero no sobre nosotros mismos.

Ello evidencia que, incluso los hombres que hemos dado pasos hacia adelante en materia de igualdad, nos sigue costando abrirnos y mostrar nuestras vulnerabilidades y emociones. Por eso es que me atrevo a reflexionar en voz alta sobre un par de implicaciones que tiene la adolescencia de Sara en mi vida en medio de esta sensación de extrañarla en su niñez y de alegrarme por su adolescencia.

Es cierto que, en cuanto a su niñez, echo de menos a la niña que quería pasar todo el tiempo conmigo, la que esperaba emocionada cada sábado para nuestras hermosas tardes de cine y de chuches, y la que me pedía que le contara un cuento o le cantara canciones de Cri-Cri y de Los Payasos de la Tele (Gabi, Fofó y Miliki) antes de dormir.

Y ahora con respecto a su adolescencia, me alegra verla tan independiente y madura en medio de sus particulares contradicciones que son características de esa edad, con sus propios criterios y decisiones aunque algunas de ellas no las comparta, y oscilando entre la cercanía y la lejanía conmigo, entre el querer que yo esté cerca, pero lo suficientemente lejos para respetar sus espacios.

A medida que pasa el tiempo y España le brinda la seguridad suficiente para que Sara sea más libre e independiente, yo me voy viendo frente al espejo y encontrando algunos vacíos personales y profesionales sobre los que me gustaría decidir sin la condicionante de mi paternidad, como, por ejemplo, soltar -aunque me cueste- mis espacios de "soledad" o profundizar en mi experiencia académica desde otras perspectivas.

El punto es que siento que la adolescencia de Sara me abre un panorama amplio y novedoso, lleno de oportunidades, espacios y tiempos con los que no contaba o decidí no contar para ejercer mi paternidad de la forma en la que la he vivido. Ahora siento que tengo más horas para mi faceta más individualista y que puedo equilibrar el orden de los factores "padre y hombre"*.

Sin embargo, también debo admitir que me sigue costando tomar la decisión efectiva de salir de la burbuja que me brindan los libros, la computadora y la guitarra, a pesar de que últimamente fluctúo entre el extraño placer de una soledad que lleva presente tanto tiempo y el intermitente anhelo de volver a experimentar un "codo a codo"**, como dice Benedetti.


** Te quiero (Poema). Hay una versión cantada en la voz de Amparo Ochoa: Te quiero