sábado, 15 de junio de 2019

¡No soy un súper papá!

 

Cuando la mayoría de personas conocen la forma en que yo ejerzo mi paternidad sobran los comentarios positivos al respecto. Uno de los más frecuentes es que soy un súper papá porque en mi vida he priorizado mi faceta de padre por encima de mi faceta profesional o laboral, incluso de mi vida personal.

Que soy un súper papi porque tuve la fortuna de tener unas circunstancias personales y laborales que me han permitido cuidar de Sara mientras está pequeña y dedicarle mucho tiempo para comenzar a dirigir sus pasos por el camino de la libertad, la diversidad, la igualdad y la autonomía.

Que soy un súper papá porque siempre intento acompañar a mi hija a todos sus compromisos, ya sea a un partido de fútbol o de voleibol, o a cualquier otra actividad escolar o de otro tipo en la que ella se involucra. Sobre esto he de decir dos cosas: primero, Sara es una niña muy activa, así que Yolanda y yo la apoyamos en todas las cosas que decide implicarse.

Segundo, admito que llega un punto en que me resulta cansado este trajinar y por eso agradezco cuando ella viaja a España a pasar sus vacaciones de verano, ya que, como lo he confesado en otro momento, su ausencia me regala una enorme cuota de libertad para cambiar el ritmo a mis propias necesidades cotidianas y dedicarme un espacio solo para mí, como hombre y no como padre*. 

Hay gente que insiste en que soy un súper papi porque cada vez que llega la hora en que ella tiene que dormir yo dejo de hacer cualquier cosa, independientemente de su importancia, para dormirla con música y quedarme junto a ella hasta que se duerme profundamente.

Que soy un súper papá porque mientras yo estoy en la ciudad, voy a dejarle almuerzo a la escuela para verla y hacerle sentir que estoy cerca. Que soy un súper papi porque estoy pendiente de compartir con ella música y películas, y comprarle libros que le sirvan en su formación humana y feminista.

Que soy un súper papá porque Sara es el centro de mi mundo y mientras esté pequeña decidí que mi vida gire alredor de ella y sus intereses, aunque eso implique soledades y renuncias afectivas de otro tipo o profesionales. 

Y así, hay muchas más razones por las cuales la gente me dice que soy un súper papi.

Reconozco que al principio caí en la trampa ególatra de sentirme un hombre especial, igualitario, incluso feminista; comencé a compararme con otros padres y asumí una actitud de superioridad desde la que me atreví a juzgar otras paternidades a la luz de la mía.

Pero un día Yolanda me bajó de la nube y ante el recurrente comentario de que soy un súper papá, dijo que no lo soy, que solo soy un padre, que lo que hago es mi obligación, que no tiene nada de especial que ejerza mi paternidad de esta forma porque es parte de las implicaciones y significados de ser padre.

Y tiene toda la razón. No soy un súper papá. Simplemente actúo y me comporto como debemos hacerlo los hombres que somos padres. Yo entiendo que en una sociedad patriarcal no es común encontrar a hombres cuidadores y sensibles a las necesidades afectivas de nuestras hijas e hijos, y por eso se nos considera "especiales" a quienes lo somos.

Pero no, no soy un súper papá, lo que sucede es que ahora entiendo que ejercer una paternidad igualitaria implica renunciar a los privilegios de la masculinidad y paternidad dominante que carga sobre la espalda, los brazos y los corazones de las madres, abuelas y otras mujeres el cuidado de nuestras niñas y niños.

Sé que todavía tengo mucho por hacer y avanzar para ser más coherente con mi objetivo de convertirme en un padre igualitario, pero compruebo que estoy en el camino correcto cada vez que la persona más importante de mi vida, Sara, me dice constantemente: "Papi, en serio, vos sos el mejor papá del mundo". 

* No la extraño, sí la extraño