domingo, 3 de abril de 2022

"¡Qué guay!... ya era hora papá"

 





"¿Es tu novia?", me preguntó Sara por Instagram después de ver en mi historia una foto en la que aparezco con Lidia, mi pareja. Como su pregunta la escribió en mayúscula, no supe qué pensar, ya que entiendo que escribir de esa manera es como gritar. Así que inmediatamente la llamé, pero no me respondió. Mientras esperaba para volver a llamarla, le escribí confirmándole que Lidia y yo estamos saliendo, y que antes había intentado llamarle para contarle, pero no había sido posible.

También compartí la foto en el chat familiar en el que estamos ella, su madre y yo. Yolanda escribió que Lidia se ve muy "riquiña" (palabra gallega que puede asociarse a "adorable", "simpática", "bonita", "dulce", entre otras cosas); que se alegra mucho y que esperaba que coincidiéramos alguna vez. Como le respondí "gracias, querida compañera", Sara solo escribió para burlarse y decirme que me comunique "como un ser vivo normal", es decir, diciendo simplemente, "gracias, Yoli" 😂.

Finalmente, cuando pude hablar con ella, me dijo: "¡Qué guay!, ya era hora papá". Su comentario, además de tranquilizarme sobre lo que podría sentir al saber que tengo pareja después de un buen tiempo dedicado exclusivamente a mi paternidad y mi trabajo, también me causó risa, y, al mismo tiempo, me puso a reflexionar sobre la imagen que tenía mi hija de mí en relación con mi decisión de estar soltero.

Como lo he reconocido siempre, he sido afortunado porque he conocido y compartido con mujeres maravillosas a quienes he amado y me han amado, algunas por períodos más largos que otras, pero independiente de ello, han hecho que el recorrido de este camino que es la vida haya sido bonito mientras duró. Sin embargo, también debo admitir que en muchas ocasiones me he encerrado en una especie de búnker al que no he permitido entrar a nadie por completo.

Aunque generalmente mi paternidad ha sido mi eterna justificación para ello, hoy acepto que también se ha debido a que he tenido un poco de miedo porque hasta hace muy pocos años seguía siendo un hombre inseguro y egoísta. En pocas palabras, a pesar de que no era una mala persona ni un mal hombre, no estaba preparado para ser un compañero a la altura de las circunstancias. Estaba demasiado concentrado en mi paternidad, en investigar, en escribir y en brindar mi aporte académico a los cambios políticos y sociales que creí primordiales.

Pensaba que mi paternidad y mi pasión por los derechos humanos estaban por encima de todo, y no logré alcanzar un equilibrio entre estas cosas importantes y otras también valiosas como las relaciones humanas, tanto familiares, de amistad y de pareja. A pesar de ello y por fortuna, aun cuando las rupturas siempre son dolorosas, tuve el privilegio de que en su gran mayoría se dieron con mucho amor, responsabilidad afectiva y cuidado como apuesta y decisión de ambas partes.

Hace más de un año escribí en este blog la entrada "Su adolescencia y mis tiempos nuevos como hombre" en la que conté que a medida que Sara va creciendo y teniendo más espacios de autonomía en los que yo ya no quepo, tengo más tiempo para mis propias cosas. Reconozco que en ese momento disfrutaba mucho de mi soledad, pero también sentía una especie de anhelo por volver a experiementar el "codo a codo" del que habla Benedetti. Esta mezcla de sentimientos la seguí sintiendo con el paso del tiempo, pero con la diferencia de que me volví muy consciente de mis errores pasados y de que, gracias a mi proceso de deconstrucción, ya estaba preparado para construir una relación basada en lo que Coral Herrera Gómez llama "amor compañero".

Sin embargo, algo así me parecía casi un imposible, pues implica que dos personas coincidan y comprendan que hay otras formas de amar más allá del lado tóxico del amor romántico... pero sucedió lo inimaginable y me reencontré con Lidia, con quien nos habíamos conocido un par de años atrás en momentos de nuestras vidas en que estábamos en diferentes universos y sintonías. Un mensaje inesperado abrió el camino sin saberlo, y un almuerzo y un café improvisado de varias horas permitieron que nos reconociéramos y que decidiéramos explorar lo que había detrás de la inmediata, impresionante, hermosa e inexplicable conexión que sentimos.

A partir de ese momento no hemos vuelto a separarnos y hemos empezado a construir una relación igualitaria, transparente, dignificada, honesta, solidaria, sentida y razonada... es decir, donde "el corazón y la razón van de la mano". Esto solo puede ser posible gracias a nuestros aprendizajes de las experiencias vividas individualmente y, en mi caso particular, a mi proceso de deconstrucción con respecto a la masculinidad tóxica que no me permitió disfrutar y hacer disfrutar plenamente del amor como ahora lo hago con y por Lidia.

Afortunadamente, hoy no soy el mismo hombre de hace algunos años y me siento privilegiado de dos cosas: la primera, de poder ofrecer la mejor versión de mí en una relación de amor compañero y, la segunda, de haber coincidido con Lidia y que ella decidiera quedarse aquí conmigo porque es una mujer hermosa en todos los sentidos. Me enamora su inteligencia, su tenacidad, su nobleza, su humildad, su fuerza y su valentía. Y me alegra tanto que las personas que me quieren coincidan en el hecho de sentir que Lidia es una ser humana maravillosa.

Hay dos aspectos que me encantan de nuestra relación: en primer lugar, Samuel, su hijo, y Sara, aprueban y les gusta que estemos construyendo este proyecto de pareja. De hecho, esta semana le comenté a Sara que Lidia y yo tenemos planes para el futuro inmediato y me ratificó que se alegra mucho. En segundo lugar, Lidia y yo coincidimos en que nuestro amor debe tener una faceta interna y otra externa. La interna tiene que ver con seguir construyendo una relación de equipo, de complicidad y confianza, con los mismos derechos, sin dominación, sin sufrimientos, sin jerarquías, plenamente solidaria y basada en el apoyo mutuo y la corresponsabilidad.

La externa tiene que ver con hacer de nuestra relación un proyecto político en el sentido de demostrar, a través de la forma en que nos relacionamos y amamos, que "otras formas de amar son posibles", es decir, guiados por la lealtad, la confianza, la empatía, el cuidado y la libertad para ser nosotras mismas y aceptarnos. Pero además, teniendo claro que el amor no se da de una vez y para siempre, sino que es una permanente construcción que requiere la confirmación diaria de nuestra decisión de estar juntas.

En este sentido, hemos convenido y seguimos consensuando una serie de pautas que nos permitan facilitar y disfrutar de esa construcción diaria del amor: por ejemplo, decidimos que nuestra relación es monógama, metida en una "burbujita" en la que solo ella y yo cabemos, pero, al mismo tiempo, con la capacidad de expandirse para querer y cuidar a nuestras familias y amistades, evitando en todo momento aislarnos del mundo y de la gente que queremos.

Otro ejemplo de una pauta importante es que nunca nos iremos a la cama sin resolver un conflicto  o incomodidad (algo que siempre he puesto en práctica con mi hija Sara). Y para completarlo, siguiendo el consejo de mi querida amiga Soraya Long, acordamos que cuando tengamos una discrepancia quien tomará la iniciativa para hablar y resolverla, independientemente de si se tiene o no la razón, o la culpa, va a depender del día: si es un día impar, será Lidia; si es un día par, seré yo.

Y sin duda alguna, para mí este proyecto político también tiene otra destinataria principal: Sara. Quiero que mi hija siga teniéndome como referente no solo con respecto a la forma en que me relaciono con su madre, sino también ahora en cuanto a mi relación con Lidia. Deseo que la forma en que ejerzo mi masculinidad igualitaria y la experiencia de "amor compañero" que Lidia y yo estamos viviendo y construyendo sean los parámetros que ella utilice en su vida, particularmente en este tiempo en el que ha entrado a la adolescencia y se está asomando a la vida adulta, que no es nada fácil, particularmente para las mujeres.