viernes, 15 de septiembre de 2017

Nueve años

La semana pasada Sara cumplió 9 años y estoy sorprendido cómo mi niña se está convirtiendo en una persona madura e independiente, a tal punto que comienzo a verla y sentirla como una pequeña compañera de viaje por esta vida, con quien me siento feliz y cómodo de compartir el mayor tiempo posible y de conversar sobre muchos temas.

Las últimas dos semanas hemos estado más cercanxs que de costumbre en el sentido de compartir momentos juntxs con mayor calidad, como irnos a la cama al mismo tiempo, leer un libro cada unx antes de dormir y compartir de qué se tratan. Como cada año tengo la meta de leer al menos 6 novelas u otros libros que no sean de Derecho y ya la cumplí, tengo que ser creativo para explicarle de qué se trata el libro jurídico que estoy leyendo actualmente.

Por su parte, Sara está enganchada con dos libros que está leyendo a la vez: "El Diario de Greg" (consta de once volúmenes, de los cuales ha terminado dos y va por el tercero), que cuenta de forma cómica la historia de un adolescente que comienza la secundaria, y "Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes", que trata sobre 100 historias de mujeres extraordinarias. Con este último libro he aprendido muchísimo porque gracias a él Sara me cuenta breves biografías de mujeres pintoras, científicas, deportistas, políticas, artistas, matemáticas, doctoras, astronautas, escritoras, etc.

En gran medida, estoy aprovechando más el tiempo con ella porque he decidido intentar no trabajar después de las 5 de la tarde, con lo cual coincidimos más para hacer cosas juntxs desde las primeras horas de la noche y dormirnos prácticamente a la misma hora, y también porque ella ha "tomado por asalto" mi cuarto y mi cama con la excusa de que su habitación huele a pintura a pesar que fue pintada hace 3 semanas. 

Aunque cada vez que le digo que la siguiente noche dormirá en su cama, su mirada de "falsa" súplica logra que no me oponga a que vuelva a quedarse connmigo pese a que me condena a intentar dormir entre el borde de mi cama y el suelo. Para su descargo, debo decir que ahora duermo mejor porque he seguido su consejo de no abandonar la parte de la cama que me toca, ya que según ella cuando invade mi espacio no es para que yo me haga a la orilla, sino para estar cerca. Por tanto, la solución es no moverme aunque siempre termina convirtiéndome en una especie de peluche o de almohada que utiliza a su antojo.

La cuestión es que estos días hemos aprovechado el tiempo para compartir más la cotidianidad. Hemos hecho las compras juntxs, hemos ido a tomar un yogur helado o un chocolate caliente, me ha acompañado a la oficina, hemos ido a comprar sus útiles escolares -ahora exige, con razón, escogerlos ella-, la he ido a buscar más días a la salida de la escuela, ha ido conmigo a buscar a una querida amiga mexicana (Gabriela) que anduvo por estas tierras, y entre las idas y venidas hemos tenido tiempo para platicar de todo. 

Por ejemplo, una de las cosas que ratificó al conocer a Gabriela es que a pesar del tiempo y la distancia (no nos mirábamos desde 2009), es posible que la amistad y el cariño se mantenga intacto. Comprender esto es fundamental para Sara debido a su pertenencia a dos raíces, a dos culturas, a dos países, a dos continentes. Por eso me alegra, por ejemplo, que siga manteniendo su amistad con Claudia, a la que ve solamente una vez al año.

Y en términos generales, es en los temas que propone para conversar donde me doy cuenta que está creciendo. Hemos hablado desde política -me asombra su claridad en cuanto a que la clase política tradicional es la mayor responsable de la situación tan grave que atraviesa el país- hasta para qué sirven y cómo se utilizan los preservativos, pese a la cara de asombro o verguenza de la cajera que nos atendía en un supermercado, pues teniendo en cuenta nuestro contexto, seguramente le pareció inconcebible que un padre y su hija de 9 años hablen tan abiertamente y con absoluta naturalidad sobre ello.

Veo hacia atrás y me parece increíble que hace apenas unos años Sara era una bebé. Recuerdo que cuando me sentía fatigado deseaba que comenzara a gatear y a caminar, pero luego era más cansado porque había que estar detrás de ella para cuidarla. Cuando tenía tres o cuatro años quería que fuera un poco mayor para que tuviera sus propios espacios de autonomía sin mí o sin su madre. 

Ahora que tiene 9 años y es tan madura e independiente, y comienza a mostrar signos de preadolescencia, reconozco que a veces siento nostalgia de aquellos días cuando era tan pequeñita. Hay momentos que estoy con ella en su habitación y me pide con mucho cariño: "Papi, podrías irte a tu cuarto por favor que quiero estar sola".

La primera vez que me lo dijo mi corazón se llenó de una mezcla de tristeza y alegría porque es parte de la aceptación de que con el paso de los años necesita construir sus propios espacios en donde su madre y yo no cabemos. Por eso aprovecho al máximo todo el tiempo posible con ella, sobre todo los momentos en los que está excesivamente cariñosa y me repite una y otra vez que me ama.


Celebrando con sus compañeros y compañeras de clase

Celebrando con algunas de sus amigas

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