Educar a una niña en estos tiempos no es nada fácil porque a pesar de los esfuerzos de madres y padres que apostamos por una educación igualitaria, existe un sistema de dominación patriarcal que discrimina a las mujeres, los cuales se reproducen sistemáticamente proyectándose en todo el orden social, económico, cultural, religioso y político.
Dicho sistema contiene unos patrones socio-culturales que buscan disciplinar a las mujeres para mantener los roles "naturales" que hemos aprendido desde casa en relación con lo que debemos ser y la forma en que debemos comportarnos según nuestro sexo bajo una limitada lógica binaria hombre-mujer: "Los niños no lloran", "las niñas son más frágiles", los niños no juegan con muñecas", "las niñas son princesas indefensas".
Por tanto, se premia a quien actúa de acuerdo con esos roles y se castiga y se excluye a quien no cumple con ellos. Sara es un ejemplo de ello porque para algunas de sus compañeritas y compañeritos, por ejemplo, es "loca" porque se ríe a carcajadas, porque se sienta como quiere, porque actúa libremente, porque cuestiona todo, porque detecta y señala los micromachismos.
Me gusta mucho cuando ella me comparte sus razonamientos de las canciones que están de moda y me señala lo misóginas que son algunas letras, o cuando me cuenta que un maestro o maestra dijo algo que ella considera machista. Me siento orgulloso de la capacidad de mi hija de percibir las manifestaciones de un sistema que normaliza la discriminación de las mujeres a través del lenguaje, la publicidad y la educación.
Por eso me alegra tanto cuando Sara obtiene pequeñas victorias que son una bofetada al patriarcado y que nos deberían de servir de lección a todos y todas. Por poner un ejemplo, antes de navidad su equipo jugó un partido de fútbol en San Pedro Sula, al cual ni Yolanda ni yo pudimos ir. Al terminar el juego, Gaby, la madre de Allison, quien es la portera del equipo, se ofreció a traer a Sara de regreso y de paso invitarla a cenar a un restaurante que tiene un área de juegos con una pequeña cancha de fútbol incluida.
Al llegar, ambas niñas, como grandes apasionadas del fútbol, prácticamente se apoderaron de la cancha. Me cuenta Sara que mientras jugaban se acercó un niño más o menos de su misma edad y en un tono "condescendiente" les propuso jugar un partido: él solo contra ellas porque son niñas. Sara y Allison se vieron, encogieron los hombros y con una sonrisa cómplice aceptaron. El partido terminó 13 a 0 a favor de ellas.
El niño quedó sorprendido de que dos niñas le ganaran al fútbol porque seguramente en el marco de los estereotipos existentes las niñas no juegan fútbol y, si lo hacen, no pueden jugar mejor que los niños. Así que les propuso jugar otro partido, pero invitando a otro niño para jugar con él. En esta ocasión estaban en igualdad de condiciones: dos niñas contra dos niños. Ellas aceptaron encantadas. El partido terminó 13 a 6 y nuevamente Sara y Allison lo ganaron.
Sin duda alguna, esta experiencia puede traer dos lecciones importantes: Primero, si los niños estuvieran bien acompañados en términos de educación para la igualdad, seguramente aprenderían, junto con los hombres adultos, que no debemos continuar reproduciendo estereotipos que nos hacen creer que somos superiores a las niñas y a las mujeres, y, consecuentemente, generar y permitir relaciones desiguales de poder.
Segundo, si las niñas y las mujeres siguen empoderándose e interiorizando que tienen la capacidad de romper con las barreras impuestas por la sociedad patriarcal, y lo hacen en sororidad, indudablemente continuarán poniendo contra las cuerdas el machismo que, como lo señala la escritora madrileña Marta Sanz, es la enfermedad del patriarcado, frente a la cual se requieren dosis permanentes de feminismo. Sara y Allison inyectaron su respectiva dosis con la pequeña lección que le dieron a ese niño.
Como sé que no es ni será nada fácil para ella mantener esa posición feminista y antipatriarcal, mi compromiso de acompañarla como padre y como hombre se renueva cada día, y pese a mis incoherencias, miedos y resistencias ante la pérdida de mis privilegios, intento avanzar aunque sea a tropezones hacia posturas y actitudes igualitarias.
Dicho sistema contiene unos patrones socio-culturales que buscan disciplinar a las mujeres para mantener los roles "naturales" que hemos aprendido desde casa en relación con lo que debemos ser y la forma en que debemos comportarnos según nuestro sexo bajo una limitada lógica binaria hombre-mujer: "Los niños no lloran", "las niñas son más frágiles", los niños no juegan con muñecas", "las niñas son princesas indefensas".
Por tanto, se premia a quien actúa de acuerdo con esos roles y se castiga y se excluye a quien no cumple con ellos. Sara es un ejemplo de ello porque para algunas de sus compañeritas y compañeritos, por ejemplo, es "loca" porque se ríe a carcajadas, porque se sienta como quiere, porque actúa libremente, porque cuestiona todo, porque detecta y señala los micromachismos.
Me gusta mucho cuando ella me comparte sus razonamientos de las canciones que están de moda y me señala lo misóginas que son algunas letras, o cuando me cuenta que un maestro o maestra dijo algo que ella considera machista. Me siento orgulloso de la capacidad de mi hija de percibir las manifestaciones de un sistema que normaliza la discriminación de las mujeres a través del lenguaje, la publicidad y la educación.
Por eso me alegra tanto cuando Sara obtiene pequeñas victorias que son una bofetada al patriarcado y que nos deberían de servir de lección a todos y todas. Por poner un ejemplo, antes de navidad su equipo jugó un partido de fútbol en San Pedro Sula, al cual ni Yolanda ni yo pudimos ir. Al terminar el juego, Gaby, la madre de Allison, quien es la portera del equipo, se ofreció a traer a Sara de regreso y de paso invitarla a cenar a un restaurante que tiene un área de juegos con una pequeña cancha de fútbol incluida.
Al llegar, ambas niñas, como grandes apasionadas del fútbol, prácticamente se apoderaron de la cancha. Me cuenta Sara que mientras jugaban se acercó un niño más o menos de su misma edad y en un tono "condescendiente" les propuso jugar un partido: él solo contra ellas porque son niñas. Sara y Allison se vieron, encogieron los hombros y con una sonrisa cómplice aceptaron. El partido terminó 13 a 0 a favor de ellas.
El niño quedó sorprendido de que dos niñas le ganaran al fútbol porque seguramente en el marco de los estereotipos existentes las niñas no juegan fútbol y, si lo hacen, no pueden jugar mejor que los niños. Así que les propuso jugar otro partido, pero invitando a otro niño para jugar con él. En esta ocasión estaban en igualdad de condiciones: dos niñas contra dos niños. Ellas aceptaron encantadas. El partido terminó 13 a 6 y nuevamente Sara y Allison lo ganaron.
Sin duda alguna, esta experiencia puede traer dos lecciones importantes: Primero, si los niños estuvieran bien acompañados en términos de educación para la igualdad, seguramente aprenderían, junto con los hombres adultos, que no debemos continuar reproduciendo estereotipos que nos hacen creer que somos superiores a las niñas y a las mujeres, y, consecuentemente, generar y permitir relaciones desiguales de poder.
Segundo, si las niñas y las mujeres siguen empoderándose e interiorizando que tienen la capacidad de romper con las barreras impuestas por la sociedad patriarcal, y lo hacen en sororidad, indudablemente continuarán poniendo contra las cuerdas el machismo que, como lo señala la escritora madrileña Marta Sanz, es la enfermedad del patriarcado, frente a la cual se requieren dosis permanentes de feminismo. Sara y Allison inyectaron su respectiva dosis con la pequeña lección que le dieron a ese niño.
Como sé que no es ni será nada fácil para ella mantener esa posición feminista y antipatriarcal, mi compromiso de acompañarla como padre y como hombre se renueva cada día, y pese a mis incoherencias, miedos y resistencias ante la pérdida de mis privilegios, intento avanzar aunque sea a tropezones hacia posturas y actitudes igualitarias.