domingo, 24 de enero de 2021

Su adolescencia y mis tiempos nuevos como hombre




En teoría, 12 años indican una edad que todavía se encuentra en las fronteras de la niñez, pero en la práctica es una etapa de transición que casi tiene los dos pies en la adolescencia, sobre todo cuando se han generado las condiciones para madurar tempranamente.

Sara se encuentra exactamente en esa etapa, ante lo cual yo tengo sentimientos encontrados porque me invade la ternura cuando a veces aparecen algunas chispas de la niña que fue y me lleno de nostalgia cuando la mayor parte del tiempo veo a la adolescente en la que se está convirtiendo.

En ocasiones extraño mucho a esa niña de las películas de Pixar o de Disney, y de los libros como "El Diario de Greg" de Jeff Kinney, y en otros momentos me alegro de ver a la adolescente de las series o películas de Netflix, y de los libros como "Mujercitas" de Louisa May Alcott o "La Cabaña" de Natasha Preston.

Reconozco que parte de los sentimientos encontrados son egoístas porque tienen que ver exclusivamente con mi vida como hombre más allá de ser el papá de Sara. Y digo que lo reconozco porque como lo dijo Sem, de Y yo con estas barbas, en una reunión que tuvimos algunos miembros de Papás Blogueros, siempre estamos escribiendo sobre paternidad, pero no sobre nosotros mismos.

Ello evidencia que, incluso los hombres que hemos dado pasos hacia adelante en materia de igualdad, nos sigue costando abrirnos y mostrar nuestras vulnerabilidades y emociones. Por eso es que me atrevo a reflexionar en voz alta sobre un par de implicaciones que tiene la adolescencia de Sara en mi vida en medio de esta sensación de extrañarla en su niñez y de alegrarme por su adolescencia.

Es cierto que, en cuanto a su niñez, echo de menos a la niña que quería pasar todo el tiempo conmigo, la que esperaba emocionada cada sábado para nuestras hermosas tardes de cine y de chuches, y la que me pedía que le contara un cuento o le cantara canciones de Cri-Cri y de Los Payasos de la Tele (Gabi, Fofó y Miliki) antes de dormir.

Y ahora con respecto a su adolescencia, me alegra verla tan independiente y madura en medio de sus particulares contradicciones que son características de esa edad, con sus propios criterios y decisiones aunque algunas de ellas no las comparta, y oscilando entre la cercanía y la lejanía conmigo, entre el querer que yo esté cerca, pero lo suficientemente lejos para respetar sus espacios.

A medida que pasa el tiempo y España le brinda la seguridad suficiente para que Sara sea más libre e independiente, yo me voy viendo frente al espejo y encontrando algunos vacíos personales y profesionales sobre los que me gustaría decidir sin la condicionante de mi paternidad, como, por ejemplo, soltar -aunque me cueste- mis espacios de "soledad" o profundizar en mi experiencia académica desde otras perspectivas.

El punto es que siento que la adolescencia de Sara me abre un panorama amplio y novedoso, lleno de oportunidades, espacios y tiempos con los que no contaba o decidí no contar para ejercer mi paternidad de la forma en la que la he vivido. Ahora siento que tengo más horas para mi faceta más individualista y que puedo equilibrar el orden de los factores "padre y hombre"*.

Sin embargo, también debo admitir que me sigue costando tomar la decisión efectiva de salir de la burbuja que me brindan los libros, la computadora y la guitarra, a pesar de que últimamente fluctúo entre el extraño placer de una soledad que lleva presente tanto tiempo y el intermitente anhelo de volver a experimentar un "codo a codo"**, como dice Benedetti.


** Te quiero (Poema). Hay una versión cantada en la voz de Amparo Ochoa: Te quiero