Hace exactamente 10 años entré al despacho de la Magistrada Juez encargada del Registro Civil de Vigo para prestar mi juramento de obediencia a la Constitución y demás leyes españolas, y me convertí en ciudadano gallego y español. Mis 16 años de vinculación con España y mi primera década de ciudadanía me han demostrado que la Matria, como señala Benedetti en su libro "Vivir adrede", "es como el arroz: germina en todas partes, así sea con océanos de por medio".
Y durante todo este tiempo Galicia y España se me han metido por los poros, me corren en la sangre, se han grabado en la retina de mis veranos, me han permitido ampliar mi círculo familiar y de amistad con personas maravillosas, me han regalado los mejores y más importantes momentos de mi vida adulta y, sobre todo, me han mostrado la seguridad y el futuro cierto de Sara en un mundo tan incierto.
Por eso y muchas otras cosas más, hago mías las palabras de Benedetti en otro de sus poemas, "Esta es mi casa", y me digo a mí mismo que "me gusta repetir, no cabe duda, esta es mi casa"... Galicia, España, también son mi casa y mi Matria. Y hace muy poco, Xulia, hermana de Yolanda, me lo volvió a ratificar cuando me recordó con mucho cariño: "Tú ya sabes que aquí siempre tendrás tu casa y tu familia, que es la de Sara".
Así que tengo muchas razones para decir que mi corazón está en Vigo, en Galicia, no solamente por lo que acabo de expresar, sino también porque es la tierra donde nació Sara un 6 de septiembre de 2006 en el antiguo Hospital Xeral, arropada por la maravillosa ría que la envuelve, y donde ahora ella se encuentra después de haber salido hace más de una semana en un vuelo de repatriación hasta Madrid, a donde su tío Dani y su prima Estela la fueron a buscar para luego hacer el viaje en coche hasta uno de sus lugares favoritos, Panxon, el mismo lugar favorito de su madre desde que era una niña.
Debido a la pandemia pensamos que sería muy difícil ir en verano a España, como todos los años. La agencia nos informó un par de ocasiones que el vuelo que habíamos comprado se había cancelado. Yo solo quería aprovechar el privilegio de poder sacar a Sara de Honduras y enviarla a un lugar más seguro en el contexto de esta crisis, pero las sucesivas cancelaciones del vuelo me ponían muy nervioso y preocupado.
Fueron días de mucha tensión que se incrementaron a medida que pasaba el tiempo. Uno de esos días mi amiga Claudia Sánchez me escribió para pedirme que si viajaba a España, le llevara a su hija Rocío, que también es española. Ante la cancelación de nuestros vuelos, ella consiguió un cupo en un vuelo de repatriación del 17 de julio y me dio el contacto de Diana Elvir (Transmundo), quien inicialmente me dijo que ese vuelo estaba lleno, pero que saldría otro el 22.
Pregunté entre mis amistades españolas si alguien viajaba en el vuelo del 22 y cuando le consulté a mi querida amiga Maddalen Arrizabalaga, a quien no veía desde hace 5 años, me respondió que ella viajaba en el vuelo del 17. Poco a poco mis esperanzas de que Sara saliera de Honduras se fueron esfumando, pero una noche Diana Elvir me llamó para preguntarme si todavía estaba interesado en un cupo para el vuelo del 17, el cual finalmente me consiguió.
Diana no se imagina lo agradecido que estoy por ese gesto desinteresado que tuvo conmigo. Inmediatamente hablé con Maddalen para pedirle que llevara a Sara, ya que debido a la naturaleza del vuelo -al ser de repatriación- no podía viajar sola como lo ha hecho siempre desde que tiene 5 años y medio. Sin dudarlo me dijo que lo haría encantada y que, además, se harían compañía con su hija Walkiria, con quien se habían conocido en una ocasión que se encontraron en un vuelo de regreso de España, cuya conexión San Salvador-San Pedro Sula fue cancelada y les obligó a quedarse con sus madres una noche en esa ciudad.
Después de varios sustos de trámites que sufrimos a última hora en el aeropuerto, pero que fueron resueltos por Maddalen con una tenacidad y capacidad impresionante, pudimos ver a Sara cruzar la revisión de pasaportes junto con Maddalen, su hija Walkiria y su esposo Gabriel. Iba feliz, como siempre, pero presintiendo los grandes cambios que esta crisis puede acelerar en su vida y sin imaginar que es posible que pasen varios meses sin vernos, y que no pueda estar con ella en su cumpleaños, algo que no quiere que suceda como me lo dijo una semana antes de su viaje.
Y de este modo, desde el 17 de julio mi corazón está en Vigo, en Galicia. Antes lo estaba, pero parcialmente, ahora lo está completamente. Yo estoy consciente que es un privilegio haber podido sacar a mi hija de Honduras y saberla bajo el cuidado de su familia materna y ahora también de su madre en un lugar más seguro, con uno de los mejores sistemas de salud en el mundo junto con Singapur, Hong Kong y Japón, de acuerdo con el Índice de Competitividad 2019 elaborado por el Foro Económico Mundial, pese a los terribles recortes que ha hecho el Partido Popular cuando ha estado en el gobierno.
Y aunque duele cuando siento que mi corazón está en Vigo, en Galicia, también me hace feliz y me tranquiliza porque sé que Sara está bien, mejor, llevando una vida mucho más normal que aquí, pese a esta crisis sanitaria mundial. Y hoy que me envió un videomensaje por Telegram para mostrarme su nuevo corte de cabello, sentí que mi corazón, tan lejano, también aprovechó para enviarme un latido lleno de nostalgia, de alegría y, sobre todo, de tranquilidad.
Mientras desde la distancia mi corazón observa de reojo mi boleto de avión que quedó abierto para viajar en cualquier momento de este año cuando los kilómetros de ausencia pesen demasiado, yo quiero aprovechar este tiempo para aportar, junto con muchos hombres y mujeres valientes, para que algún día no sea necesario largarse de este país, ni por privilegio ni por falta de opciones.