Museo de las Iusiones de Madrid |
Parafraseando a Castor Bartolomé Ruíz, las palabras tienen efectos de poder, es decir, generan prácticas, inducen comportamientos, provocan acciones y legitiman actitudes. En este sentido, las palabras son y dan vida, le dan cuerpo y fuerza a las cosas inertes, y tienen el poder de provocar en nuestras vidas una diversidad de emociones que pueden afectarnos para bien o para mal.
Las palabras también tienen la capacidad de visibilizar o invisibilizar personas, situaciones, sentimientos y experiencias que nos marcan, y de resolver o profundizar problemas cotidianos en las relaciones interpersonales. La importancia de las palabras es tal que, como decía el filósofo franco-anglo-estadunidense, George Steiner, "aquello que no se nombra, no existe".
Por ello, una de las lecciones más importantes que he aprendido de mi hija Sara es decir "te quiero". Admito que la mayor parte de mi vida no he sido muy expresivo y he considerado que es suficiente que la gente que me importa sepa que la quiero sin necesidad de que yo se lo diga. Es decir, he dado por sentado que no es necesario expresar mi cariño a través de las palabras.
Sin embargo, Sara me dice a cada rato que me ama y no necesita ninguna ocasión especial para expresármelo. Esto me ha hecho reflexionar sobre la importancia de decir un "te quiero" o un "te amo" a la gente que es valiosa en mi vida. Antes, ni siquiera a mi madre le expresaba con palabras mi amor, con excepción de algún momento especial como navidad o su cumpleaños.
Al menos desde mi experiencia personal, mi falta de capacidad y sensibilidad para expresar mis sentimientos se debe a dos razones: la primera tiene que ver con el hecho de que nunca tuve un referente masculino que fuera cariñoso a través de las palabras. En el caso de mi padre, aunque yo sabía que me quería, no tengo en la memoria un recuerdo de alguna vez en que me dijera "te quiero, hijo".
Obviamente, no lo juzgo de ninguna manera porque él fue producto de una época en la que se respondía a un modelo de hombre-padre que era sobre todo proveedor material. La responsable casi exclusiva de lo doméstico, el cuidado y lo emocional era mi madre, quien también contó con el apoyo de otras mujeres de la familia, como mi prima Chabela y mi tía Carmen que nos cuidaron durante una parte de nuestra niñez a mis hermanas, a mi hermano y a mí.
La segunda razón tiene que ver con la forma en que me construí como hombre en oposición a lo feminino en el contexto de una sociedad patriarcal que dicta que los hombres obligatoriamente debemos ser fuertes, seguros e infalibles. En consecuencia, no podemos mostrarnos vulnerables, lo cual implica que no debemos exteriorizar nuestras emociones, ya que ello nos convierte automáticamente en débiles y esto nos aleja del modelo masculino que la sociedad nos impone a seguir.
Pero Sara con sus "te amo, papi" me ha enseñado a asumir mi vulnerabilidad y a aceptar la necesidad de expresar lo que siento a las personas que me importan. Ahora tengo la libertad de decir un "te quiero" a mi madre, a mis hermanas, a mi hermano, a mis sobrinos y sobrinas, y a mis amigos y amigas. También entiendo la importancia de expresarle constantemente a mi pareja que la quiero. Confieso que a veces solo recibo un silencio de parte de uno u otro amigo heterosexual cuando le digo algún "te quiero", lo cual comprendo porque, al igual que yo, mis amigos también están marcados por el machismo que nos rodea y nos define a todos los hombres.
No obstante, sé que en el fondo estas muestras de cariño a través de mis palabras les toca el corazón, pues es lo que siento yo cuando un amigo me dice que me quiere, aunque confieso que son pocos los que lo expresan, como mi amigo Alex Trejo que lo hace cada vez que me escribe o mi amigo Edwin Chávez que siempre nos lo recuerda en un chat de amigos de la niñez. De hecho, el último que lo hizo hace un par de semanas fue mi querido amigo Guido Eguigure, quien después de encontrarnos luego de un buen tiempo sin vernos, se despidió soltando la palabra mágica: "te quiero".
Cuando lo dijo, volví a pensar en Sara y en su lección de vida, y me hice una promesa que todos los hombres deberíamos hacer: reconocer que estamos mutilados emocionalmente por el patriarcado y no negar nuestras emociones y sus distintas formas de expresarse. En palabras de Octavio Salazar, esto supone "reconciliarnos con nuestra dimensión emocional, en vez de huir de ella como siempre hemos hecho, al entender que era cosa de mujeres. Eso nos convertirá en seres más completos y nos permitirá gozar de relaciones más saludables con los demás hombres y con las mujeres".