Una de las cosas que comprendí con mi paternidad igualitaria es la importancia de la inclusión en el lenguaje, independientemente de lo que me digan las reglas de la Real Academia Española (RAE).
No está de más decir que la RAE solo ha tenido a 11 mujeres de 500 miembros en 300 años de historia y en la actualidad, de los 46 sillones con que cuenta solo 8 son ocupados por mujeres*.
Así que aprendí a usar el lenguaje inclusivo aunque me tenga que saltar las "sagradas" reglas de la RAE, pues quiero que mi hija sea consciente que el lenguaje es simbólico y que las palabras tienen efectos de poder.
Uno de esos efectos de poder es la invisibilización que afecta particularmente a personas o grupos sociales que históricamente han estado bajo relaciones desiguales de poder o de dominación como las mujeres.
En ese sentido, mi hija tiene claro que cuando se dice "niños" no incluye a las niñas y por tanto, ha aprendido a decir "niños y niñas" o a utilizar palabras más inclusivas como "niñez" o "personas".
Cuando lee algún libro y encuentra un párrafo donde solo dice "niños", ella le agrega "niños y niñas"; lo mismo sucede cuando ve una película o alguna serie de televisión pues a sus 8 años cuestiona que el lenguaje invisibilice a las mujeres.
Como en casa éramos tres, dos mujeres (ella y su madre) y un hombre (yo), decidí cambiar el modo de identificarnos grupalmente y le expliqué que si ellas eran mayoría yo tenía que decir "nosotras" o "las" tres. Reconozco que más de una vez algunas personas me miraron con extrañeza al escucharme hablar de esa forma.
Hacerle ver a mi hija la importancia del lenguaje inclusivo ha hecho que se cuestione que en su escuela sigan usando un lenguaje tradicional que la invisibiliza a ella y a sus compañeritas, y que ni las niñas ni las profesoras se den cuenta de ello.
Pese a todo, yo me siento orgulloso de que Sara comprenda que lo que no se menciona no existe y que por tanto, como mujer debe luchar para que la inclusión se refleje en el lenguaje.
Al mismo tiempo, como hombre me siento día a día desafiado a romper con el mito de que el masculino singular nos incluye a hombres y mujeres, pues a todas luces es claro que jamás ha sido neutro.
Si hablamos de luchar por democratizar la sociedad y el Estado, es imprescindible democratizar también el lenguaje mediante la desactivación del absolutismo del masculino singular y su sustitución por expresiones neutrales o la inclusión del femenino singular.
Como hombre y como padre de una niña tengo el deber moral de usar un lenguaje inclusivo en mi vida cotidiana para que mi hija identifique en ese simple gesto, el valor de la no discriminación, de la solidaridad, de la igualdad y de la inclusión.
* Invito a leer el artículo de Belén Remacha, "La curiosa misoginia de la RAE", publicado en eldiario.es. Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/RAE-institucion-tradicionalmente-misogina_0_502200361.html
No está de más decir que la RAE solo ha tenido a 11 mujeres de 500 miembros en 300 años de historia y en la actualidad, de los 46 sillones con que cuenta solo 8 son ocupados por mujeres*.
Así que aprendí a usar el lenguaje inclusivo aunque me tenga que saltar las "sagradas" reglas de la RAE, pues quiero que mi hija sea consciente que el lenguaje es simbólico y que las palabras tienen efectos de poder.
Uno de esos efectos de poder es la invisibilización que afecta particularmente a personas o grupos sociales que históricamente han estado bajo relaciones desiguales de poder o de dominación como las mujeres.
En ese sentido, mi hija tiene claro que cuando se dice "niños" no incluye a las niñas y por tanto, ha aprendido a decir "niños y niñas" o a utilizar palabras más inclusivas como "niñez" o "personas".
Cuando lee algún libro y encuentra un párrafo donde solo dice "niños", ella le agrega "niños y niñas"; lo mismo sucede cuando ve una película o alguna serie de televisión pues a sus 8 años cuestiona que el lenguaje invisibilice a las mujeres.
Como en casa éramos tres, dos mujeres (ella y su madre) y un hombre (yo), decidí cambiar el modo de identificarnos grupalmente y le expliqué que si ellas eran mayoría yo tenía que decir "nosotras" o "las" tres. Reconozco que más de una vez algunas personas me miraron con extrañeza al escucharme hablar de esa forma.
Hacerle ver a mi hija la importancia del lenguaje inclusivo ha hecho que se cuestione que en su escuela sigan usando un lenguaje tradicional que la invisibiliza a ella y a sus compañeritas, y que ni las niñas ni las profesoras se den cuenta de ello.
Pese a todo, yo me siento orgulloso de que Sara comprenda que lo que no se menciona no existe y que por tanto, como mujer debe luchar para que la inclusión se refleje en el lenguaje.
Al mismo tiempo, como hombre me siento día a día desafiado a romper con el mito de que el masculino singular nos incluye a hombres y mujeres, pues a todas luces es claro que jamás ha sido neutro.
Si hablamos de luchar por democratizar la sociedad y el Estado, es imprescindible democratizar también el lenguaje mediante la desactivación del absolutismo del masculino singular y su sustitución por expresiones neutrales o la inclusión del femenino singular.
Como hombre y como padre de una niña tengo el deber moral de usar un lenguaje inclusivo en mi vida cotidiana para que mi hija identifique en ese simple gesto, el valor de la no discriminación, de la solidaridad, de la igualdad y de la inclusión.
* Invito a leer el artículo de Belén Remacha, "La curiosa misoginia de la RAE", publicado en eldiario.es. Fuente: http://www.eldiario.es/cultura/RAE-institucion-tradicionalmente-misogina_0_502200361.html