lunes, 15 de mayo de 2017

De pañales y horas de sueño


Los primeros días y meses de vida de Sara estuvimos protegidxs en dos burbujas. En el hospital tuvimos el cuidado y apoyo de enfermerxs y médicxs. Fue ahí donde aprendí a poner mi primer pañal gracias a una clase improvisada que me ofreció solidariamente una madre que compartía habitación con Yolanda y que vio mi cara de preocupación cuando yo intentaba resolver el indescifrable enigma del pañal.  

Recuerdo que el binomio "cuerpecito de mi hija y pañal" era para mí como un rompecabezas imposible de resolver, casi un misterio, pero cuando por fin logré ponérselo fue una de las satisfacciones más grandes que he sentido. Ni siquiera la publicación de mi primer libro o la obtención de mi doctorado lograron lo mismo. Aunque parezca algo loco, extravagante o simplemente asqueroso, confieso que aún conservo con mucho cariño algunas fotos de sus primeros pañales llenos de su caquita.

Los siguientes meses tuvimos la fortuna de quedarnos en casa de lxs abuelxs maternxs; el cariño y la colaboración de ellxs, de los tíxs, de lxs primxs y amigxs fue muy importante durante esa etapa. El apoyo familiar fue fundamental para estrenar nuestra maternidad y paternidad sin más preocupación que adaptarnos a la nueva vida en la que Sara se convirtió en el centro de todo. 

A veces imagino que esa adaptación se puede comparar con lo que sintieron las personas cuando la ciencia aceptó definitivamente que la tierra es la que gira alrededor del sol y no al revés. En nuestro caso, nuestras vidas, carreras, proyectos y sueños dejaron de ocupar el centro de nuestro universo, y fueron desplazados por una personita que con los años va construyendo su propia vida y sus propios sueños.

Gracias a "Lela" -así llaman Sara y sus primxs a la abuela María-, aprendí a sacarle el gas después de darle su biberón, a perfeccionar mis habilidades con el cambio de pañales, me volví un experto en bañar a mi hija, me convertí en su enfermero particular para curarle el ombliguito y en su modisto personal para cambiarla de ropa, y también aprendí a diferenciar su llanto por hambre, por sueño o por cólicos. 

No olvido las primeras noches en casa de lxs abuelxs. Sara dormía en su cunita y yo quería estar tan pendiente de ella que me acostaba en el suelo a su lado. Reconozco que prácticamente no dormía y aunque también estaba pendiente de su madre, mi mayor atención estaba en ella. A cada momento me aseguraba que respirara, que estuviera cómoda, que no tuviera frío o calor, que tuviera la temperatura corporal normal. Dejé de hacerlo hasta que Yolanda y María me convencieron que estaba siendo exagerado y que era una situación insostenible. 

Durante las primeras noches de la vida de nuestra hija, dormir era un lujo para nosotrxs, pero también fue un lujo contar con el apoyo de María, ya que aunque lo normal era desvelarnos, a las 7 de la mañana ahí estaba la abuela a la puerta de nuestra habitación para que le entregáramos a Sara. Así, mientras ella cuidada a la niña, nosotrxs podíamos dormir unas horas más para recuperar la energía que necesitaríamos otra vez por la noche.

Aunque ocho años después dormir se ha "normalizado", jamás ha vuelto a ser igual. Yo dejo abierta la puerta de mi habitación para estar pendiente del sueño de mi hija. Al menos me levanto 3 veces por la noche para ir hasta su cuarto y revisar si está bien, si tiene frío o calor, si está muy a la orilla de la cama o si se le cayó su peluche.

También estoy pendiente por si se despierta y viene a mi habitación a pedirme que duerma con ella porque tuvo una pesadilla. Cuando eso sucede, mis horas de sueño se reducen, ya que como dueña y ama de su cama me deja apenas la orillita hasta donde me persigue para abrazarme y ponerme una pierna encima, lo cual me obliga a estarme quieto e intentar dormir como si fuera una estatua.

Pero es hermoso. Verla dormir es mágico y me nace decirle que la amo porque estoy seguro que de alguna manera me escucha. Mientras duerme le beso su mano, su frente o su mejilla. La veo soñando y encuentro el sentido de mi vida, pero también me da miedo porque al despertar de su sueño y su niñez tendrá que enfrentarse a un mundo violento, desigual y misógino. 

Por eso su madre y yo nos esforzamos en mostrarle ejemplos y luces de solidaridad, justicia y libertad que otras personas han construido y siguen construyendo con esperanza en cada rinconcito de este planeta. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario