El día que supimos que estábamos embarazadxs yo sabía que era niña y también quería que fuera niña. Por lo general, en nuestras sociedades patriarcales se nos inculca particularmente a los hombres que debemos buscar el "varoncito" para perpetuar nuestros genes, transmitirle nuestra "hombría", no perder el apellido paterno y evitar los típicos comentarios machistas sobre nuestro futuro papel de guardaespaldas de nuestras hijas.
Sin embargo, yo quería que fuera niña y la vida me lo concedió. De hecho, nunca pensamos en nombres de niño, solo de niña. Aunque en Europa lo más común es darles un solo nombre a nuestrxs hijxs, nos decidimos por dos -Sara Ixchel-, el primero de origen hebreo que significa "Princesa" pero que es símbolo de "Fuerza", y el segundo de origen maya que significa "Diosa de la luna". Nuestro objetivo fue y es que sus nombres siempre le recuerden sus dos raíces y que se sienta orgullosa de ambas: europea y latinoamericana (negra, indígena y mestiza).
A sus 8 años Sara está consciente de sus raíces y se siente orgullosa de ambas. Ella es el presente y el futuro del mundo multicolor, es el prototipo de la actual y futura ciudadanía mundial, es el fruto de la riqueza de la mezcla entre la gaita y el tambor, entre la Muiñeira y la Punta. Sara es la verdad que invalida el discurso falso de la "pureza blanca" y es una bofetada en la cara de lxs Trump y Le Pen que proliferan por el mundo.
Insisto que yo he sido un privilegiado con mi paternidad, pues durante el embarazo pude involucrarme de lleno en todo el proceso y participé en el curso de preparación al parto ofrecido por la sanidad pública, el cual incluye clases teóricas sobre las señales de parto, la anestesia epidural, etc. y clases prácticas en las que se eseñan técnicas de relajación, control de la respiración, entre otras.
Pero lo más hermoso e impactante fue cuando llegó el día de dar a luz. Recuerdo perfectamente cuando una enfermera nos dijo que nos dejarían solxs y que una vez la cabecita de nuestra hija comenzara a salir, les llamáramos pulsando un timbre. Y así fue, fui testigo de dos cosas que me marcaron profundamente. Primero, la valentía y la fuerza extraordinaria de las mujeres para dar vida; segundo, el milagro de sentir en mis manos la cabecita de mi hija mientras el resto de su cuerpo era empujado hacia afuera por su madre.
En medio de la montaña de emociones provocada por el momento, no sé cómo toqué el timbre e inmediatamente el parto continuó con auxilio médico. Fue impresionante verla ahí, fuera del vientre materno, arrugadita, mojadita, parecía una abuelita como en la película "El curioso caso de Benjamin Button" y desde que abrió sus ojitos, y la vi, supe que por fin había conocido a quien sería el amor de mi vida.
Ahora comprendo por qué un sinónimo de "nacimiento" es "dar a luz". Ese día ella me iluminó la vida y pude ser testigo del inicio del universo con su explosión de destellos. Su mirada y su sonrisa me siguen guiando como un faro por este camino arduo y hermoso de la paternidad igualitaria, y jamás he vuelto a estar en oscuridad.
Indudablemente, mis intentos de paternidad igualitaria se nutren muchísimo de esa vivencia que tuve antes y durante el parto. Estoy seguro que tener esa experiencia puede ayudarnos a los hombres a valorar en su justa dimensión la fuerza de las mujeres, decidan o no vivir la maternidad, y también a encontrar un poderoso y maravilloso punto de conexión con nuestrxs hijxs que, si lo alimentamos diariamente, puede durar para siempre y hacer de ellxs y nosotros, personas cariñosas, expresivas y sensibles.
Sin embargo, yo quería que fuera niña y la vida me lo concedió. De hecho, nunca pensamos en nombres de niño, solo de niña. Aunque en Europa lo más común es darles un solo nombre a nuestrxs hijxs, nos decidimos por dos -Sara Ixchel-, el primero de origen hebreo que significa "Princesa" pero que es símbolo de "Fuerza", y el segundo de origen maya que significa "Diosa de la luna". Nuestro objetivo fue y es que sus nombres siempre le recuerden sus dos raíces y que se sienta orgullosa de ambas: europea y latinoamericana (negra, indígena y mestiza).
A sus 8 años Sara está consciente de sus raíces y se siente orgullosa de ambas. Ella es el presente y el futuro del mundo multicolor, es el prototipo de la actual y futura ciudadanía mundial, es el fruto de la riqueza de la mezcla entre la gaita y el tambor, entre la Muiñeira y la Punta. Sara es la verdad que invalida el discurso falso de la "pureza blanca" y es una bofetada en la cara de lxs Trump y Le Pen que proliferan por el mundo.
Insisto que yo he sido un privilegiado con mi paternidad, pues durante el embarazo pude involucrarme de lleno en todo el proceso y participé en el curso de preparación al parto ofrecido por la sanidad pública, el cual incluye clases teóricas sobre las señales de parto, la anestesia epidural, etc. y clases prácticas en las que se eseñan técnicas de relajación, control de la respiración, entre otras.
Pero lo más hermoso e impactante fue cuando llegó el día de dar a luz. Recuerdo perfectamente cuando una enfermera nos dijo que nos dejarían solxs y que una vez la cabecita de nuestra hija comenzara a salir, les llamáramos pulsando un timbre. Y así fue, fui testigo de dos cosas que me marcaron profundamente. Primero, la valentía y la fuerza extraordinaria de las mujeres para dar vida; segundo, el milagro de sentir en mis manos la cabecita de mi hija mientras el resto de su cuerpo era empujado hacia afuera por su madre.
En medio de la montaña de emociones provocada por el momento, no sé cómo toqué el timbre e inmediatamente el parto continuó con auxilio médico. Fue impresionante verla ahí, fuera del vientre materno, arrugadita, mojadita, parecía una abuelita como en la película "El curioso caso de Benjamin Button" y desde que abrió sus ojitos, y la vi, supe que por fin había conocido a quien sería el amor de mi vida.
Ahora comprendo por qué un sinónimo de "nacimiento" es "dar a luz". Ese día ella me iluminó la vida y pude ser testigo del inicio del universo con su explosión de destellos. Su mirada y su sonrisa me siguen guiando como un faro por este camino arduo y hermoso de la paternidad igualitaria, y jamás he vuelto a estar en oscuridad.
Indudablemente, mis intentos de paternidad igualitaria se nutren muchísimo de esa vivencia que tuve antes y durante el parto. Estoy seguro que tener esa experiencia puede ayudarnos a los hombres a valorar en su justa dimensión la fuerza de las mujeres, decidan o no vivir la maternidad, y también a encontrar un poderoso y maravilloso punto de conexión con nuestrxs hijxs que, si lo alimentamos diariamente, puede durar para siempre y hacer de ellxs y nosotros, personas cariñosas, expresivas y sensibles.
Felicidades, un gusto leer tan bonitas palabras, saludos cordiales mi estimado amigo
ResponderEliminarGracias querida Jenifer, un fuerte abrazo.
EliminarGracias Joaquín por tu aporte en la construcción de nuevas relaciones de género, desde tu experiencia cotidiana asumiendo contracorriente la paternidad.
ResponderEliminarCon amigas y compañeras como ustedes, el camino es menos difícil. Un abrazo.
Eliminarque bonitas palabras , me recordades el sentimiento que tuve cuando nacieron mis hijos
ResponderEliminarGracias por darte el tiempo de leer el blog Emmy, un abrazo.
EliminarHe leído todos los artículo, este hermoso ejercicio de compartir tu maravillosa experiencia de ser papa. Sin duda alguna, Sara será una mujer libre, rebelde, pero sobre todo feliz.
ResponderEliminarGracias Dunia, me alegra que te guste pues me anima a continuar con este proyecto que aunque no lo parezca, puede resultar incómodo.
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